sábado 20 2014

'' EL QUE TENGA OÍDOS PARA OÍR, QUE OIGA ''

Día litúrgico: Sábado XXIV del tiempo ordinario
 
 
 

Texto del Evangelio (Lc 8,4-15): En aquel tiempo, habiéndose congregado mucha gente, y viniendo a Él de todas las ciudades, dijo en parábola: «Salió un sembrador a sembrar su simiente; y al sembrar, una parte cayó a lo largo del camino, fue pisada, y las aves del cielo se la comieron; otra cayó sobre piedra, y después de brotar, se secó, por no tener humedad; otra cayó en medio de abrojos, y creciendo con ella los abrojos, la ahogaron. Y otra cayó en tierra buena, y creciendo dio fruto centuplicado». Dicho esto, exclamó: «El que tenga oídos para oír, que oiga».

Le preguntaban sus discípulos qué significaba esta parábola, y Él dijo: «A vosotros se os ha dado el conocer los misterios del Reino de Dios; a los demás sólo en parábolas, para que viendo, no vean y, oyendo, no entiendan.

»La parábola quiere decir esto: La simiente es la Palabra de Dios. Los de a lo largo del camino, son los que han oído; después viene el diablo y se lleva de su corazón la Palabra, no sea que crean y se salven. Los de sobre piedra son los que, al oír la Palabra, la reciben con alegría; pero éstos no tienen raíz; creen por algún tiempo, pero a la hora de la prueba desisten. Lo que cayó entre los abrojos, son los que han oído, pero a lo largo de su caminar son ahogados por las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida, y no llegan a madurez. Lo que cae en buena tierra, son los que, después de haber oído, conservan la Palabra con corazón bueno y recto, y dan fruto con perseverancia».

Comentario: Rev. D. Lluís RAVENTÓS i Artés (Tarragona, España)


Lo que cae en buena tierra, son los que (...) dan fruto con perseverancia


Hoy, Jesús nos habla de un sembrador que salió «a sembrar su simiente» (Lc 8,5) y aquella simiente era precisamente «la Palabra de Dios». Pero «creciendo con ella los abrojos, la ahogaron» (Lc 8,7).

Hay una gran variedad de abrojos. «Lo que cayó entre los abrojos, son los que han oído, pero a lo largo de su caminar son ahogados por las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida, y no llegan a madurez» (Lc 8,14).

—Señor, ¿acaso soy yo culpable de tener preocupaciones? Ya quisiera no tenerlas, ¡pero me vienen por todas partes! No entiendo por qué han de privarme de tu Palabra, si no son pecado, ni vicio, ni defecto.

—¡Porque olvidas que Yo soy tu Padre y te dejas esclavizar por un mañana que no sabes si llegará!

«Si viviéramos con más confianza en la Providencia divina, seguros —¡con una firmísima fe!— de esta protección diaria que nunca nos falta, ¡cuántas preocupaciones o inquietudes nos ahorraríamos! Desaparecerían un montón de quimeras que, en boca de Jesús, son propias de paganos, de hombres mundanos (cf. Lc 12,30), de las personas que son carentes de sentido sobrenatural (...). Yo quisiera grabar a fuego en vuestra mente —nos dice san Josemaría— que tenemos todos los motivos para andar con optimismo en esta tierra, con el alma desasida del todo de tantas cosas que parecen imprescindibles, puesto que vuestro Padre sabe muy bien lo que necesitáis! (cf. Lc 12,30), y Él proveerá». Dijo David: «Pon tu destino en manos del Señor, y él te sostendrá» (Sal 55,23). Así lo hizo san José cuando el Señor lo probó: reflexionó, consultó, oró, tomó una resolución y lo dejó todo en manos de Dios. Cuando vino el Ángel —comenta Mn. Ballarín—, no osó despertarlo y le habló en sueños. En fin, «Yo no debo tener más preocupaciones que tu Gloria..., en una palabra, tu Amor» (San Josemaría).


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EVANGELIO SEGUN SAN LUCAS 

CAPÍTULO 8
 

Las mujeres que acompañaban a Jesús

8:1 Después, Jesús recorría las ciudades y los pueblos, predicando y anunciando la Buena Noticia del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce
8:2 y también algunas mujeres Mateo 27, 56 Marcos 15, 41 que habían sido curadas de malos espíritus y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios;
8:3 Juana, esposa de Cusa, intendente de Herodes, Susana y muchas otras, que los ayudaban con sus bienes. Mateo 27, 55-56 Marcos 15, 40-41 Lucas 23, 49 Juan 19, 25

La parábola del sembrador
Mateo 13, 4-9 / Marcos 4, 1-9
8:4 Como se reunía una gran multitud y acudía a Jesús gente de todas las ciudades, él les dijo, valiéndose de una parábola:
8:5 "El sembrador salió a sembrar su semilla. Al sembrar, una parte de la semilla cayó al borde del camino, donde fue pisoteada y se la comieron los pájaros del cielo.
8:6 Otra parte cayó sobre las piedras y, al brotar, se secó por falta de humedad.
8:7 Otra cayó entre las espinas, y estas, brotando al mismo tiempo, la ahogaron.
8:8 Otra parte cayó en tierra fértil, brotó y produjo fruto al ciento por uno". Y una vez que dijo esto, exclamó: "¡El que tenga oídos para oír, que oiga!"

Finalidad de las parábolas
Mateo 13, 10-17 / Marcos 4, 10-12

8:9 Sus discípulos le preguntaron qué significaba esta parábola,
8:10 y Jesús les dijo: "A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de Dios; a los demás, en cambio, se les habla en parábolas, para que miren sin ver y oigan sin comprender. Isaías 6, 10 Mateo 13, 14-15 Marcos 4, 12 Juan 12, 40 Hechos 28, 26-27

Explicación de la parábola del sembrador
Mateo 13, 18-23 / Marcos 4, 13-20

8:11 La parábola quiere decir esto: La semilla es la Palabra de Dios.
8:12 Los que están al borde del camino son los que escuchan, pero luego viene el demonio y arrebata la Palabra de sus corazones, para que no crean y se salven.
8:13 Los que están sobre las piedras son los que reciben la Palabra con alegría, apenas la oyen; pero no tienen raíces: creen por un tiempo, y en el momento de la tentación se vuelven atrás.
8:14 Lo que cayó entre espinas son los que escuchan, pero con las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida, se van dejando ahogar poco a poco, y no llegan a madurar.
8:15 Lo que cayó en tierra fértil son los que escuchan la Palabra con un corazón bien dispuesto, la retienen, y dan fruto gracias a su constancia.

La parábola de la lámpara
Marcos 4, 21-23 / Lucas 11, 33-36

8:16 No se enciende una lámpara para cubrirla con un recipiente o para ponerla debajo de la cama, sino que se la coloca sobre un candelero, Mateo 5, 15 Marcos 4, 21 Lucas 11, 33 para que los que entren vean la luz.
8:17 Porque no hay nada oculto que no se descubra algún día, ni nada secreto que no deba ser conocido y divulgado. Mateo 10, 26 Marcos 4, 22 Jucas 12, 2
8:18 Presten atención y oigan bien, porque al que tiene, se le dará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que cree tener". Mateo 13, 12 Mateo 25, 29 Marcos 4, 25 Lucas 19, 26

La verdadera familia de Jesús
Mateo 12, 46-50 / Marcos 3, 31-35

8:19 Su madre y sus hermanos fueron a verlo, pero no pudieron acercarse a causa de la multitud.
8:20 Entonces le anunciaron a Jesús: "Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren verte".
8:21 Pero él les respondió: "Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la practican".

La tempestad calmada
Mateo 8, 23-27 / Marcos 4, 35-41

8:22 Un día, Jesús subió con sus discípulos a una barca y les dijo: "Pasemos a la otra orilla del lago". Ellos partieron,
8:23 y mientras navegaban, Jesús se durmió. Entonces se desencadenó sobre el lago un fuerte vendaval; la barca se iba llenando de agua, y ellos corrían peligro.
8:24 Los discípulos se acercaron y lo despertaron, diciendo: "¡Maestro, Maestro, nos hundimos!". Él se despertó e increpó al viento y a las olas; estas se apaciguaron y sobrevino la calma.
8:25 Después les dijo: "¿Dónde está la fe de ustedes?". Y ellos, llenos de temor y admiración, se decían unos a otros: "¿Quién es este que ordena incluso al viento y a las olas, y le obedecen?"

Curación del endemoniado de Gerasa
Mateo 8, 28-34 / Marcos 5, 1-20

8:26 Después llegaron a la región de los gerasenos, que está situada frente a Galilea.
8:27 Jesús acababa de desembarcar, cuando salió a su encuentro un hombre de la ciudad, que estaba endemoniado. Desde hacía mucho tiempo no se vestía, y no vivía en una casa, sino en los sepulcros.
8:28 Al ver a Jesús, comenzó a gritar, cayó a sus pies y dijo con voz potente: "¿Qué quieres de mí, Jesús, Hijo de Dios, el Altísimo? Te ruego que no me atormentes".
8:29 Jesús, en efecto, estaba ordenando al espíritu impuro que saliera de aquel hombre. Muchas veces el espíritu se había apoderado de él, y aunque lo ataban con cadenas y grillos para sujetarlo, él rompía sus ligaduras y el demonio lo arrastraba a lugares desiertos.
8:30 Jesús le preguntó: "¿Cuál es tu nombre?" "Legión", respondió, porque eran muchos los demonios que habían entrado en él.
8:31 Y le suplicaban que no les ordenara precipitarse al abismo.
8:32 Había allí una gran piara de cerdos que estaba paciendo en la montaña. Los demonios suplicaron a Jesús que les permitiera entrar en los cerdos. Él se lo permitió.
8:33 Entonces salieron de aquel hombre, entraron en los cerdos, y desde lo alto del acantilado, la piara se precipitó al mar y se ahogó.
8:34 Al ver lo que había pasado, los cuidadores huyeron y difundieron la noticia en la ciudad y en los poblados.
8:35 En seguida la gente fue a ver lo que había sucedido. Cuando llegaron adonde estaba Jesús, vieron sentado a sus pies, vestido y en su sano juicio, al hombre del que habían salido los demonios, y se llenaron de temor.
8:36 Los que habían presenciado el hecho les contaron cómo había sido curado el endemoniado.
8:37 Todos los gerasenos pidieron a Jesús que se alejara de allí, porque estaban atemorizados; y él, subiendo a la barca, regresó.
8:38 El hombre del que salieron los demonios le rogaba que lo llevara con él, pero Jesús lo despidió, diciéndole:
8:39 "Vuelve a tu casa y cuenta todo lo que Dios ha hecho por ti". Él se fue y proclamó en toda la ciudad lo que Jesús había hecho por él.

Curación de una mujer y resurrección de la hija de Jairo
Mateo 9, 18-26 / Marcos 5, 21-43

8:40 A su regreso, Jesús fue recibido por la multitud, porque todos lo estaban esperando.
8:41 De pronto, se presentó un hombre llamado Jairo, que era jefe de la sinagoga, y cayendo a los pies de Jesús, le suplicó que fuera a su casa,
8:42 porque su única hija, que tenía unos doce años, se estaba muriendo. Mientras iba, la multitud lo apretaba hasta sofocarlo.
8:43 Una mujer que padecía de hemorragias desde hacía doce años y a quien nadie había podido curar,
8:44 se acercó por detrás y tocó los flecos de su manto; inmediatamente cesó la hemorragia.
8:45 Jesús preguntó: "¿Quién me ha tocado?" Como todos lo negaban, Pedro y sus compañeros le dijeron: "Maestro, es la multitud que te está apretujando".
8:46 Pero Jesús respondió: "Alguien me ha tocado, porque he sentido que una fuerza salía de mí".
8:47 Al verse descubierta, la mujer se acercó temblando, y echándose a sus pies, contó delante de todos por qué lo había tocado y cómo fue curada instantáneamente.
8:48 Jesús le dijo entonces: "Hija, tu fe te ha salvado, vete en paz".
8:49 Todavía estaba hablando, cuando llegó alguien de la casa del jefe de la sinagoga y le dijo: "Tu hija ha muerto, no molestes más al Maestro".
8:50 Pero Jesús, que había oído, respondió: "No temas, basta que creas y se salvará".
8:51 Cuando llegó a la casa no permitió que nadie entrara con él, sino Pedro, Juan y Santiago, junto con el padre y la madre de la niña.
8:52 Todos lloraban y se lamentaban. "No lloren, dijo Jesús, no está muerta, sino que duerme".
8:53 Y se burlaban de él, porque sabían que la niña estaba muerta.
8:54 Pero Jesús la tomó de la mano y la llamó, diciendo: "Niña, levántate".
8:55 Ella recuperó el aliento y se levantó en el acto. Después Jesús ordenó que le dieran de comer.
8:56 Sus padres se quedaron asombrados, pero él les prohibió contar lo que había sucedido.


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