Apocalipsis 10, 8-11
Yo, Juan, oí de nuevo la voz que ya me había hablado desde el cielo, y que me decía: "Ve a tomar el librito abierto, que tiene en la mano el ángel que está de pie sobre el mar y la tierra".
Me acerqué al ángel y le pedí que me diera el librito. Él me dijo: "Tómalo y cómetelo. En la boca te sabrá tan dulce como la miel, pero te amargará las entrañas".
Tomé el librito de la mano del ángel y me lo comí. En la boca me supo tan dulce como la miel; pero al tragarlo, sentí amargura en las entrañas. Entonces la voz me dijo: "Tienes que volver a anunciar lo que Dios dice acerca de muchos pueblos, naciones y reyes".
+ Meditatio
A través de estas imágenes, el Señor nos habla sobre la dualidad del Evangelio: por un lado es dulce, pero por el otro es amargo. Y es que cuando somos objeto del Evangelio, éste resulta hermoso.
Todas las palabras que se nos dicen en la evangelización llenan de alegría y de dulzura el corazón. Sin embargo, cuando nosotros nos convertimos en los sujetos del Evangelio, es decir, cuando hay que vivirlo, cuando hay que DIGERIRLO y llevarlo a la vida cotidiana, ya no es tan dulce, sino que llega incluso a amargar. Más aún cuando al ser sujeto del Evangelio, éste nos impulsa a denunciar todo lo que es contrario al amor, a la justicia y la verdad.
Esta es la razón por la cual en la Iglesia tenemos muchos OYENTES del Evangelio y pocos TESTIGOS; muchos que van a misa el domingo, pero que el resto de la semana viven al margen de lo que escucharon el domingo.
Si realmente queremos ser auténticos cristianos, debemos aceptar esta dualidad de amargura y dulzura. No es fácil ser verdadero testigo de Jesús, esto amargará nuestras entrañas, sin embargo la dulzura que contienen las promesas de Cristo y la presencia del Espíritu Santo harán que nuestra vida alcance la madurez cristiana y humana.
+ Oratio
Gracias, Señor, por la dulzura de tu mensaje, gracias por que es un deleite escuchar lo que te agrada y te complace; en verdad encuentro vida en lo que me propones. Pero, Señor, también encuentro la amargura de mi necedad y dura cabeza, encuentro que mi cuerpo se revela a cumplir tus preceptos y es como si me dirigiera a la muerte, pero me confío a ti, Señor, y aunque mucho cueste digerir las partes que me exigen en el Evangelio, lo acepto con gran agrado y disposición de corazón, solo te pido tu gracia para que esa amargura se traduzca en la felicidad de hacer lo que te agrada.
+ Operatio
Hoy buscaré tres cosas de la vida cristiana que en verdad me parezcan como un trago amargo, por la exigencia que me representan, y pediré a Dios la gracia de vivir cada una de ellas.
Lucas 19, 45-48
Aquel día, Jesús entró en el templo y comenzó a echar fuera a los que vendían y compraban allí, diciéndoles: "Está escrito: Mi casa es casa de oración; pero ustedes la han convertido en cueva de ladrones".
Jesús enseñaba todos los días en el templo. Por su parte, los sumos sacerdotes, los escribas y los jefes del pueblo intentaban matarlo, pero no encontraban cómo hacerlo, porque todo el pueblo estaba pendiente de sus palabras.
+ Reflexión
San Pablo, escribiendo a los Corintios, nos dice que somos el templo del Espíritu Santo. Hoy Jesús nos dice que SU casa, SU templo, debe ser casa de oración. Pensemos por un momento si nuestra vida interior se puede considerar una casa de oración o es en realidad un lugar lleno del ruido del mercado del mundo que está gritando dentro de nosotros y buscando vendernos sus necias ideas.
Por qué no invitamos hoy a Jesús para que, con su poder y autoridad, eche fuera a todos estos gritones, ponga nuestra vida interior en paz y así se convierta, como lo fue en María Santísima, en un verdadero lugar de encuentro con Dios.
Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu corazón.
Como María, todo por Jesús y para Jesús.
Pbro. Ernesto María Caro
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