sábado 11 2010

LAS DUDAS SOBRE LA HISTORICIDAD DEL INDIO JUAN DIEGO

EL PROCESO DE CANONIZACIÓN DE JUAN DIEGO TUVO QUE RESOLVER UN PRIMER OBSTÁCULO: SI REALMENTE EXISTIÓ

Tras siglos de aceptar pacíficamente la existencia del indio Juan Diego y la historia de su encuentro con la Santísima VIrgen en el Tepeyac, según nos lo cuentan diferentes relaciones más o menos de la época -entre las que destaca como la más importante la atribuida a don Valeriano, indio natural de Atzcapotzalco, que figuró entre los primeros alumnos del colegio de Santa Cruz, en Santiago de Tlaltelolco- fue precisamente poco después que Juan Pablo ll lo beatificara el 6 de mayo de 1990, cuando surgieron algunas voces cuestionando la historicidad de las apariciones y de Juan Diego mismo. Destacaron, por su impacto mediático, las declaraciones del propio abad de la basílica guadalupana, Mons. Guillermo Schulenburg Prado, que el 24 de mayo de 1996 afirmó que Juan Diego era más un símbolo religioso que un personaje real. A los pocos meses, después de 33 años al frente de la Basílica, Schulenburg dejaba el cargo; según el secretario del episcopado mexicano, Ramón Godínez, por razón de edad, no por sus declaraciones antiaparicionistas.
Ante el revuelo suscitado, la Santa Sede creó en 1998 una comisión especial -encabezada por el español P. Fidel González Fernández, profesor de Historia eclesiástica en las Universidades Urbaniana y Gregoriana- para investigar la existencia histórica de Juan Diego. Las conclusiones de esta comisión, altamente concluyentes, quedaron recogidas en un volumen de 500 páginas titulado "El encuentro de la Virgen de Guadalupe y Juan Diego", que se publicó en agosto de 1999. Al mes siguiente, Guillermo Schulenburg y Carlos Warnholtz enviaban una carta a la Santa Sede insistiendo en sus dudas acerca de la existencia de Juan Diego y desaconsejando la canonización. Otra nueva carta de Schulenburg, junto a tres sacerdotes más, se llegó a recibir en el Vaticano a finales del 2001. Sin embargo, vistas las conclusiones de la comisión histórica, el proceso seguía adelante: el Papa firmó el 20 de diciembre el decreto de una curación milagrosa atribuida a la intercesión de Juan Diego y el 26 de febrero anunció la canonización.
Juan Diego, de la etnia indígena de los chichimecas, había nacido el 5 de abril 1474, en Cuautitlán, en el barrio de Tlayácac, región que pertenecía al reino de Texcoco; fue bautizado por los primeros franciscanos, en torno al año de 1524. Era un hombre considerado piadoso por los franciscanos asentados en Tlatelolco, donde aún no había convento, sino lo que se conoce como doctrina, donde se oficiaba Misa y se catequizaba. Juan Diego hacía un gran esfuerzo al trasladarse cada semana saliendo "muy temprano del pueblo de Tulpetlac, que era donde en ese momento vivía, y caminar hacia el sur hasta bordear el cerro del Tepeyac". Fue en este contexto cuando, como es sabido, un 9 de diciembre de 1531, vió por primera vez a la Santísima Virgen.

Del indio Juan Diego, además de los datos que nos proporciona el testamento, tenemos otros: Vivía en un paraje llamado Tlayacac, por otro nombre "sitio del terremoto". En el siglo XVII todavía se señalaban unos paredones que afirmaban haber pertenecido a la casa del favorecido con las apariciones. Con ocasión del proceso de Canonización de Juan Diego, fueron hechas investigaciones acerca de dicha figura histórica en archivos y museos de México, Estados Unidos, España y Roma, y los resultados fueron muy satisfactorios, alejando toda posible duda sobre la vida de este santo varón.
La historicidad de Juan Diego se apoya en distintos tipos de fuentes: escritas, orales, arqueológicas…, que proceden a su vez de diferentes matrices culturales: indígenas, españolas o mestizas. Las fuentes epistolares son casi todas españolas. Hay también textos jurídicos y algún documento administrativo que certifica la pronta existencia de la primitiva ermita de Tepeyac. Las fuentes orales de probada fiabilidad por los investigadores nahuatlacos son también muy importantes en la tradición cultural mexicana. Cuando en 1665 el culto de nuestra Señora de Guadalupe, con su carácter popular y grandioso, iba en continuo auge, el cabildo catedral metropolitano de México, sede vacante, se resuelve a hacer las informaciones sobre el milagro del Tepeyac que se creen necesarias para obtener de la Santa Sede la concesión de oficio y fiesta propios de la guadalupana, según se había ya solicitado desde 1663.

Fueron examinados sobre el milagro del Tepeyac veintiún testigos, escogidos entre los vecinos de los lugares más relacionados con aquel: Cuauhtitlan, de donde era natural y vecino Juan Diego, y México. Todos ellos sabían de las apariciones desde sus más tiernos años, y varios tenían noticias de personas que no solo habían conocido a Juan Diego, sino que habían oído de su boca el maravilloso relato.
Los ocho testigos interpelados en Cuauhtitlan habían oído a sus padres el relato de las apariciones; alguno, además, a todos los naturales del pueblo, porque allí era público y acudían a la ermita con sahumerios y flores. De los trece que declararon en México, del 18 de febrero al 22 de marzo -once habían nacido en Nueva España y dos en la península Ibérica, dos seglares ilustres, el resto sacerdotes del clero secular y regular, y todos ellos ancianos distinguidos en virtud, saber y posición social, estuvieron contestes no solo acerca de las apariciones del Tepeyac, sino en haber sabido de ellas llegados apenas al uso de la razón. Les fueron confirmados estos primeros datos por muchas personas ancianas de todos estados, puestos y condiciones y nunca habían oído nada en contrario.
Por otro lado, las excavaciones arqueológicas en uno de los lugares donde se supone nació Juan Diego, Cuautitlán (Estado de México), confirman la tradición oral y otras fuentes escritas. Allí, bajo una iglesia dedicada a la Virgen de Guadalupe, se ha descubierto una casa indígena prehispánica junto a una pequeña capilla. Varios elementos confirman que se trata de un lugar vinculado con la vida de Juan Diego. Además, a poca distancia, en el antiguo convento franciscano, hoy catedral de Cuauhtitlán, se conservan registros parroquiales desde 1587. Los arqueólogos no se explican la insólita ubicación de la originaria ermita, si no es por los acontecimientos de diciembre de 1531.
Según el historiador Fidel González, la relativa escasez de documentos guadalupanos directos de la primera hora se explica por la peculiaridad del momento histórico. En 1578, el dominico Diego Durán lamentaba ya la destrucción de muchos códices indígenas, pero, a pesar de todo, se conser-van algunos con referencias a las apariciones de Guadalupe.

El grupo documental de escritos más antiguo sobre las apariciones del Tepeyac lo forman el testamento de Cuauhtitlan, el cantar de Francisco Plácido, la relación sobre las apariciones del electo Zumárraga y los procesos guadalupanos que leyó el obispo mejicano fray García de Santamaría. El testamento de Cuauhtitlan, adquirido en su original y en lengua indiana por Boturini, durante su estancia en Nueva España, de 1736 a 1743, y pasando tras varias vicisitudes al archivo de la colegiata guadalupana, redactado muy probablemente en 1559 por una parienta de Juan Diego, alude expresamente a la aparición de que hablamos:

"He vivido en esta ciudad de Cuauhtitlan y su barrio de San José Millan, en donde se crió el mancebo don Juan Diego, y se fue a casar después a Santa Cruz el Alto, cerca de San Pedro, con la joven dona Malintzin, la que pronto murió, quedándose solo Juan Diego. Pocos días después, mediante este joven, se verificó una cosa prodigiosa allá en Tepeyacac, pues en él se descubrió y apareció la hermosa Señora nuestra Santa María, la que nos pertenece a nosotros los de esta ciudad de Cuauhtitlan."

El jesuita padre Francisco de Florencia -nos lo asegura el mismo- tuvo en su poder, para publicarlo, el cantar "que compuso don Francisco Placido, señor de Azcapotzalco, y se cantó el mismo día que de las casas del señor obispo Zumárraga se llevó a la ermita de Guadalupe la sagrada imagen". Don Carlos de Sigüenza y Góngora lo había hallado entre escritos de un don Domingo de San Antón Muñoz Chimalpain, lo conservo como verdadero tesoro y se lo dio para que lo incluyera en su historia al historiador jesuita, que, finalmente, renunció a la inserción "por haber salido su historia más abultada y crecida de lo que él quería".
El padre Pedro de Mezquia, religioso de Propaganda Fide, leyó en el convento de franciscanos de Vitoria una relación de Zumárraga a los religiosos de dicho convento sobre las apariciones de la Virgen de Guadalupe, "según y como aconteció", y había prometido traerla a México. Don Juan Joaquín Sopeña, canónigo de la colegiata, que entonces vivía pregunta después al padre Mezquia por la relación que había prometido traer a México. El religioso le informa de su probable desaparición en el incendio que destruyó el archivo del convento, pues él posteriormente no la había encontrado.
El deán de la catedral mexicana, don Alonso Muñoz de la Torre, en una visita al arzobispo mexicano fray García de Santamaría y Mendoza, de la Orden de los Jerónimos (1601-1606), lo encontró leyendo con singular cariño los autos y procesos de la aparición guadalupana. Son también documentos muy atendibles en pro de las apariciones del Tepeyac muchas de las obras históricas de indios, entre las que merecen señalarse once anales y dos mapas, clasificables, según su procedencia geográfica, en dos grandes grupos: los de la región poblano-tlaxcalteca y los del valle de México.

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