martes 29 2011

EVANGELIO DEL DÍA 29 DE MARZO DE 2011

Primera Lectura (Lectio Divina)
Daniel 3, 25. 34-43

En aquel tiempo, Azarías oró al Señor, diciendo:
"Señor, Dios nuestro, no nos abandones nunca;
por el honor de tu nombre no rompas tu alianza;
no apartes de nosotros tu misericordia,
por Abraham, tu amigo,
por Isaac, tu siervo,
por Jacob, tu santo,
a quienes prometiste multiplicar su descendencia,
como las estrellas del cielo y las arenas de la playa.

Pero ahora, Señor, nos vemos empequeñecidos
frente a los demás pueblos
y estamos humillados por toda la tierra,
a causa de nuestros pecados.
Ahora no tenemos príncipe ni jefe ni profeta;
ni holocausto ni sacrificio ni ofrenda ni incienso;
ni lugar donde ofrecerte las primicias y alcanzar misericordia.
Por eso, acepta nuestro corazón adolorido
y nuestro espíritu humillado,
como un sacrificio de carneros y toros,
como un millar de corderos cebados.
Que ése sea hoy nuestro sacrificio
y que sea perfecto en tu presencia,
porque los que en ti confían no quedan defraudados.

Ahora te seguiremos de todo corazón;
te respetamos y queremos encontrarte;
no nos dejes defraudados.
Trátanos según tu clemencia
y tu abundante misericordia.
Sálvanos con tus prodigios
y da gloria a tu nombre".

+ Meditatio
Para que podamos decir que se ha iniciado un proceso serio de conversión, es necesario que, además del arrepentimiento, parte fundamental de esta, se pongan las bases para iniciar una nueva vida, una vida vivida en el Espíritu.  En este pasaje vemos no sólo el arrepentimiento de Israel, sino el hecho de que ahora quieren "seguir, respetar y encontrar" al Señor.  Pensemos en cuántas veces nos hemos confesado sólo para salir del paso, sólo porque la ley lo manda, sólo para cumplir.  En estas ocasiones hemos "expresado" nuestro pecado, pero: ¿Cuántas veces nos hemos arrepentido profundamente de manera que ya al ir ante el sacerdote nos hayamos propuesto cambiar? Y cambiar significa modificar lo que nos lleva al pecado y no sólo propósitos que la mayoría de las veces quedan en eso: "buenos propósitos".

Haz de esta Cuaresma una verdadera experiencia de conversión.

+ Oratio
Señor, me acerco a ti con un corazón abierto, con sencillez y humildad, y con esta actitud reconozco delante de tu presencia que mucho tiempo de mi vida he permanecido lejos del camino que hiciste para mí.  Reconozco que los males que me han ocurrido son en buena medida porque he estado alejado de tu plan amoroso.  Hoy te pido que, más que cualquier sacrificio, recibas mi corazón adolorido y mi espíritu humillado y arrepentido; confío en ti, Señor, y sé que no quedaré defraudado.

Ahora te prometo, Dios mío, seguirte de todo corazón, respetarte y poner todo lo que esté de mi parte para encontrarte en cada situación de mi vida.  Trátame según tu clemencia y abundante misericordia, sálvame con tus prodigios y da así gloria a tu Nombre que es bendito por los siglos de los siglos.   Amén.

+ Operatio
Hoy haré un examen de conciencia profundo y honesto, y programaré mi siguiente confesión para antes de que termine este mes.


Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu corazón.

Como María, todo por Jesús y para Jesús.

Pbro. Ernesto María Caro

El Evangelio de hoy
Mateo 18, 21-35


En aquel tiempo, Pedro se acercó a Jesús y le preguntó: "Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?" Jesús le contestó:  "No sólo hasta siete, sino hasta setenta veces siete".

Entonces les dijo Jesús:  "El Reino de los cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus servidores.  El primero que le presentaron le debía muchos millones.  Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él, a su mujer, a sus hijos y todas sus posesiones, para saldar su deuda.  El servidor, arrojándose a sus pies, le suplicaba, diciendo:  ‘Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo‘.  El rey tuvo lástima de aquel servidor, lo soltó y hasta le perdonó la deuda.

Pero, apenas había salido aquel servidor, se encontró con uno de sus compañeros, que le debía poco dinero.  Entonces lo agarró por el cuello y casi lo estrangulaba, mientras le decía:  ‘Págame lo que me debes‘.  El compañero se le arrodilló y le rogaba:  ‘Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo‘.  Pero el otro no quiso escucharlo, sino que fue y lo metió en la cárcel hasta que le pagara la deuda.

Al ver lo ocurrido, sus compañeros se llenaron de indignación y fueron a contar al rey lo sucedido.  Entonces el señor lo llamó y le dijo:  ‘Siervo malvado.  Te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste.  ¿No debías tú también haber tenido compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?‘  Y el señor, encolerizado, lo entregó a los verdugos para que no lo soltaran hasta que pagara lo que debía.

Pues lo mismo hará mi Padre celestial con ustedes, si cada cual no perdona de corazón a su hermano".

+ Reflexión
Quizás una de las cosas de las que más adolece el mundo hoy, es la Misericordia.  Nos hemos vuelto duros, rígidos, muchas veces intolerantes e insensibles.  Es triste ver que algunos cristianos, que debían de estar llenos del amor misericordioso de Dios, continúan actuando como este hombre de la parábola.  Esperan sólo el momento del error del hermano para echárselo en cara.  Quizás podríamos escudarnos en que buscamos su bien, que lo estamos educando, que es la única manera de que aprenda, sin embargo esta no fue la pedagogía de Jesús, y no es la manera como nos trata el Padre.  Jesús nos dijo:  "Sean perfectos como el Padre Celestial es perfecto".  Y, ¿cuántos de nosotros lo somos? Y por no serlo, ¿Jesús nos desprecia o nos humilla? Ciertamente no; respeta nuestro proceso, nos alimenta con amor y de esta manera nos permite experimentar su misericordia.

Aprendamos a ver hacia nosotros mismos, así descubriremos toda nuestra miseria.  Esta es la base para tratar a los demás con dulzura y compasión, pues si siendo lo que soy, Dios me trata con amor, con cuanta más razón no lo haré yo con mis hermanos, que la verdad, son mejores que yo.

Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu corazón.

Como María, todo por Jesús y para Jesús.

Pbro. Ernesto María Caro

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