martes 28 2011

EVANGELIO DEL DÍA 28 DE JUNIO DE 2011


Génesis  19: 15 - 29


15 Al rayar el alba, los ángeles apremiaron a Lot diciendo: «Levántate, toma a tu mujer y a tus dos hijas que se encuentran aquí, no vayas a ser barrido por la culpa de la ciudad.»
 16 Y como él remoloneaba, los hombres le asieron de la mano lo mismo que a su mujer y a sus dos hijas por compasión de Yahveh hacia él, y sacándole le dejaron fuera de la ciudad.
17 Mientras los sacaban afuera, dijo uno: «¡Escápate, por vida tuya! No mires atrás ni te pares en toda la redonda. Escapa al monte, no vayas a ser barrido.»
18 Lot les dijo: «No, por favor, Señor mío.
 19 Ya que este servidor tuyo te ha caído en gracia, y me has hecho el gran favor de dejarme con vida, mira que no puedo escaparme al monte sin riesgo de que me alcance el daño y la muerte.
20 Ahí cerquita está esa ciudad a donde huir. Es una pequeñez. ¡Ea, voy a escaparme allá - ¿verdad que es una pequeñez? - y quedaré con vida!»
 21 Díjole: «Bien, te concedo también eso de no arrasar la ciudad que has dicho.
22 Listo, escápate allá, porque no puedo hacer nada hasta que no entres allí.» Por eso se llamó aquella ciudad Soar.
 23 El sol asomaba sobre el horizonte cuando Lot entraba en Soar.
 24 Entonces Yahveh hizo llover sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego de parte de Yahveh.
 25 Y arrasó aquellas ciudades, y toda la redonda con todos los habitantes de las ciudades y la vegetacíon del suelo.
 26 Su mujer miró hacia atrás y se volvió poste de sal.
 27 Levantóse Abraham de madrugada y fue al lugar donde había estado en presencia de Yahveh.
28 Dirigió la vista en direción de Sodoma y Gomorra y de toda la región de la redonda, miró, y he aquí que subía una humareda de la tierra, cual la de una fogata.
 29 Así pues, cuando Dios destruyó las ciudades de la redonda, se acordó de Abraham y puso a Lot a salvo de la catástrofe, cuando arrasó las ciudades en que Lot habitaba.


Salmo  26: 2 - 3, 9 - 12 



2 Escrútame, Yahveh, ponme a prueba, pasa al crisol mi conciencia y mi corazón;
 3 está tu amor delante de mis ojos, y en tu verdad camino.
 9 No juntes mi alma con los pecadores, ni mi vida con los hombres sanguinarios,
10 que tienen en sus manos la infamia, y su diestra repleta de soborno.
11 Yo, en cambio, camino en mi entereza; rescátame, ten piedad de mí;
12 mi pie está firme en suelo llano; a ti, Yahveh, bendeciré en las asambleas.

Mateo  8: 23 - 27


23 Subió a la barca y sus discípulos le siguieron.
 24 De pronto se levantó en el mar una tempestad tan grande que la barca quedaba tapada por las olas; pero él estaba dormido.
 25 Acercándose ellos le despertaron diciendo: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!»
26 Díceles: «¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?» Entonces se levantó, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran bonanza.
27 Y aquellos hombres, maravillados, decían: «¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?»


Comentario: Fray Lluc TORCAL Monje del Monasterio de Sta. Mª de Poblet (Santa Maria de Poblet, Tarragona, España)


«Entonces se levantó, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran bonanza»
Hoy, Martes XIII del tiempo ordinario, la liturgia nos ofrece uno de los fragmentos más impresionantes de la vida pública del Señor. La escena presenta una gran vivacidad, contrastando radicalmente la actitud de los discípulos y la de Jesús. Podemos imaginarnos la agitación que reinó sobre la barca cuando «de pronto se levantó en el mar una tempestad tan grande que la barca quedaba tapada por las olas» (Mt 8,24), pero una agitación que no fue suficiente para despertar a Jesús, que dormía. ¡Tuvieron que ser los discípulos quienes en su desesperación despertaran al Maestro!: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!» (Mt 8,25).
El evangelista se sirve de todo este dramatismo para revelarnos el auténtico ser de Jesús. La tormenta no había perdido su furia y los discípulos continuaban llenos de agitación cuando el Señor, simplemente y tranquilamente, «se levantó, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran bonanza» (Mt 8,26). De la Palabra increpatoria de Jesús siguió la calma, calma que no iba destinada sólo a realizarse en el agua agitada del cielo y del mar: la Palabra de Jesús se dirigía sobre todo a calmar los corazones temerosos de sus discípulos. «¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?» (Mt 8,26).
Los discípulos pasaron de la turbación y del miedo a la admiración propia de aquel que acaba de asistir a algo impensable hasta entonces. La sorpresa, la admiración, la maravilla de un cambio tan drástico en la situación que vivían despertó en ellos una pregunta central: «¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?» (Mt 8,27). ¿Quién es el que puede calmar las tormentas del cielo y de la tierra y, a la vez, las de los corazones de los hombres? Sólo quien «durmiendo como hombre en la barca, puede dar órdenes a los vientos y al mar como Dios» (Nicetas de Remesiana).
Cuando pensamos que la tierra se nos hunde, no olvidemos que nuestro Salvador es Dios mismo hecho hombre, el cual se nos acerca por la fe.



Fuentes:   www.ewtn.com  y  www.evangeli.net

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