OBSERVACIONES GENERALES PREVIAS
I. Relaciones entre el Culto eucarístico fuera de la misa y la celebración de la Eucaristía
1. La celebración de la Eucaristía es el centro de toda la vida cristiana tanto para la Iglesia universal, como para las asambleas locales de la misma Iglesia. Pues, «los demás sacramentos, como todos los ministerios eclesiásticos y las obras de apostolado, están vinculados con la sagrada Eucaristía y ordenados a ella. Porque en la sagrada Eucaristía se contiene todo el tesoro espiritual de la Iglesia, es decir, al mismo Cristo, nuestra Pascua y pan vivo, que, mediante su carne vivificada y vivificante por el Espíritu Santo, da vida a los hombres, invitándolos así y estimulándolos a ofrecer sus trabajos, la creación entera y así mismos en unión con Él» [1].
2. Pero además «la celebración de la Eucaristía en el sacrificio de la Misa es realmente el origen y el fin del culto que se le tributó fuera de la Misa» [2]. Porque Cristo, el Señor, que se inmola en el mismo sacrificio de la Misa cuando comienza a estar sacramentalmente presente como alimento espiritual de los fieles bajo las especies de pan y vino, también «una vez ofrecido el sacrificio, mientras la Eucaristía se conserva en las iglesias y oratorios es verdaderamente el Emmanuel, es decir, “Dios-con-nosotros”. Pues día y noche está en medio de nosotros, habita con nosotros lleno de gracia y de verdad» [3].
3. Nadie debe dudar «que los cristianos tributan a este santísimo Sacramento, al venerarlo, el culto de latría, que se debe al Dios verdadero, según la costumbre siempre aceptada en la Iglesia católica. Porque no debe dejar de ser adorado por el hecho de haber sido instituido por Cristo, el Señor, para ser comido [4].
4. Para ordenar y promover rectamente la piedad hacia el santísimo Sacramento de la Eucaristía hay que considerar el misterio eucarístico en toda su amplitud, tanto en la celebración de la Misa como en el culto de las sagradas especies, que se conservan después de la Misa para prolongar la gracia del sacrificio [5].
II. Finalidad de la reserva de la Eucaristía
5. El fin primero y primordial de la reserva de las sagradas especies fuera de la Misa es la administración del Viático; los fines secundarios son la distribución de la comunión y la adoración de Nuestro Señor Jesucristo presente en el Sacramento. Pues la reserva de las especies sagradas para los enfermos ha introducido la laudable costumbre de adorar este manjar del cielo conservado en las iglesias. Este culto de adoración se basa en una razón muy sólida y firme; sobre todo porque a la fe en la presencia real del Señor le es connatural su manifestación externa y pública [6].
6. En la celebración de la Misa se iluminan gradualmente los modos principales según los cuales Cristo se hace presente a su Iglesia: en primer lugar está presente en la asamblea de los fieles congregados en su nombre; está presente también en su palabra, cuando se lee y explica en la iglesia la sagrada Escritura; presente también en la persona del ministro; finalmente, sobre todo, está presente bajo las especies eucarísticas. En este Sacramento, en efecto, de modo enteramente singular, Cristo entero e integro, Dios y hombre, se halla presente substancial y permanentemente. Esta presencia de Cristo bajo las especies «se dice real, no por exclusión, como si las otras no fueran reales, sino por excelencia» [7].
Así que, por razón del signo, es más propio de la naturaleza de la celebración sagrada que la presencia eucarística de Cristo, fruto de la consagración, y que como tal debe aparecer en cuanto sea posible, no se tenga ya desde el principio por la reserva de las especies sagradas en el altar en que se celebra la Misa.
7. Renuévense frecuentemente y consérvense en un copón o vaso sagrado las hostias consagradas en la cantidad suficiente para la comunión de los enfermos y de otros fieles [9].
8. Cuiden los pastores de que las iglesias y oratorios públicos en que, según las normas de Derecho, se guarda la Santísima Eucaristía, estén abiertas diariamente durante varias horas en el tiempo más oportuno del día para que los fieles puedan fácilmente orar ante el Santísimo Sacramento [10].
III. El lugar para la reserva de la Eucaristía
9. El lugar en que se guarda la santísima Eucaristía sea verdaderamente destacado. Conviene que sea igualmente apto para la adoración privada, de modo que los fieles no dejen de venerar al Señor presente en el Sacramento, aun con culto privado, y lo hagan con facilidad y provecho.
Lo cual se conseguirá más fácilmente cuando el sagrario se coloca en una capilIa que esté separada de la nave central del templo, sobre todo en las iglesias en que se celebran con frecuencia matrimonios y funerales y en los lugares que son muy visitados, ya por peregrinaciones, ya por razón de los tesoros de arte y de historia.
10. La sagrada Eucaristía se reservará en un sagrario sólido, no transparente e inviolable. De ordinario en cada iglesia hay un solo sagrario, colocado sobre el altar o, a juicio del Ordinario del lugar, fuera de un altar, pero en alguna parte de la iglesia que sea noble y esté debidamente adornada [11].
La llave del sagrario, en que se reserva la santísima Eucaristía, debe ser guardada diligentísimamente por el sacerdote a cuyo cuidado esté la iglesia u oratorio, o por un ministro extraordinario que tenga la facultad de distribuir la sagrada comunión.
11. La presencia de la santísima Eucaristía en el sagrario indíquese por el conopeo o por otro medio determinado por la autoridad competente.
Según la costumbre tradicional, arda continuamente junto al sagrario una lámpara de aceite o de cera, como signo de honor al Señor [12].
IV. Lo que corresponde a las Conferencias Episcopales
12. Corresponde a las Conferencias Episcopales, al preparar los Rituales particulares según la norma de la Constitución sobre la sagrada Liturgia (n. 63b), acomodar este titulo del Ritual Romano a las necesidades de cada región, y una vez aceptado por la Sede Apostólica, empléese en las correspondientes regiones.
Por tanto será propio de las Conferencias Episcopales:
a) Considerar con detenimiento y prudencia qué elementos procedentes de las tradiciones de los pueblos (si las hubiere) se pueden retener o introducir, con tal que se acomoden al espíritu de la sagrada Liturgia; por tanto, es propio de las Conferencias Episcopales proponer a la Sede Apostólica, y de acuerdo con ella, introducir las acomodaciones que se estimen útiles o necesarias.
b) Preparar las versiones de los textos, de modo que se acomoden verdaderamente al genio de cada idioma y a la índole de cada cultura, añadiendo quizá otros textos, especialmente para el canto, con las oportunas melodías.
CAPÍTULO I
La sagrada Comunión fuera de la Misa
Observaciones previas
1. Relaciones entre la comunión fuera de la Misa y el Sacrificio
13. La más perfecta participación de la celebración eucarística es la Comunión sacramental recibida dentro de la Misa. Esto resplandece con mayor claridad, por razón del signo, cuando los fieles, después de la comunión del sacerdote, reciben del mismo sacrificio el Cuerpo del Señor [1].
Por tanto, de ordinario, en cualquier celebración eucarística conságrese para la comunión de los fieles pan recientemente elaborado.
14. Hay que procurar que los fieles comulguen en la misma celebración eucarística.
Pero los sacerdotes no rehúsen administrar, incluso fuera de la Misa, la sagrada comunión a los fieles [2]. Incluso conviene que quienes estén impedidos de asistir a la celebración eucarística de la comunidad, se alimenten asiduamente con la Eucaristía, para que así se sientan unidos no solamente al sacrificio del Señor sino también unidos a la comunidad y sostenidos por el amor de los hermanos.
Los pastores de almas cuiden de que los enfermos y ancianos tengan facilidades para recibir la Eucaristía frecuentemente e incluso, a ser posible, todos los días, sobre todo en el tiempo pascual, aunque no padezcan una enfermedad grave ni estén amenazados por el peligro de muerte inminente. A los que no puedan recibir la Eucaristía bajo la especie de pan, es lícito administrársela bajo la especie de vino solo [3].
15. Enséñese con diligencia a los fieles, que también cuando reciben la comunión fuera de la celebración de la Misa se unen íntimamente al sacrificio con el que se perpetúa el sacrificio de la cruz y participan de aquel sagrado convite en el que «por la comunión en el Cuerpo y la Sangre del Señor, el pueblo de Dios participa en los bienes del sacrificio pascual, renueva la nueva Alianza entre Dios y los hombres, sellada de una vez para siempre con la Sangre de Cristo, y prefigura y anticipa en la fe y la esperanza el banquete escatológico en el reino del Padre, anunciando la muerte del Señor hasta que venga» [4].
II. En qué tiempo se ha de administrar la comunión fuera de la Misa
16. La sagrada comunión fuera de la Misa se puede dar en cualquier día y a cualquier hora. Conviene, sin embargo, determinar, atendiendo a la utilidad de los fieles, las horas para distribuir la sagrada comunión, para que se realice una sagrada celebración más plena con mayor fruto espiritual de los fieles.
Sin embargo:
a) El Jueves Santo sólo puede distribuirse la sagrada comunión dentro de la Misa; pero a los enfermos se puede llevar la comunión a cualquier hora del día.
b) El Viernes Santo únicamente puede distribuirse la sagrada comunión durante la celebración de la Pasión del Señor; a los enfermos que no pueden participar en esta celebración, se puede llevar la sagrada comunión a cualquier hora del día.
e) El Sábado Santo la sagrada comunión sólo puede darse como viático [5].
III. El ministro de la sagrada Comunión
17. Pertenece ante todo al sacerdote y al diácono administrar la comunión a los fieles que la pidan [6]. Mucho conviene, pues, que a este ministerio de su orden dediquen todo el tiempo preciso según la necesidad de los fieles.
También pertenece al acólito debidamente instituido, en cuanto ministro extraordinario, distribuir la sagrada comunión cuando faltan un presbítero o diácono, o estén impedidos, sea por enfermedad, edad avanzada, o por algún ministerio pastoral, o cuando el número de los fieles que se acercan a la sagrada mesa es tan numeroso, que se alargaría excesivamente la Misa u otra celebración [7].
El ordinario del lugar puede conceder la facultad de distribuir la sagrada comunión a otros ministros extraordinarios cuando sea necesario para la utilidad pastoral de los fieles y no se disponga ni de sacerdote ni de diácono o acólito [8].
IV. El lugar para distribuir la comunión fuera de la Misa
18. El lugar en que de ordinario se distribuye la sagrada comunión fuera de la Misa es la iglesia o un oratorio en que habitualmente se celebra o reserva la Eucaristía, o la iglesia, oratorio u otro lugar en que la comunidad local se reúne habitualmente para celebrar el acto litúrgico los domingos u otros días. Sin embargo, en otros lugares, sin excluir las casas particulares, se puede dar la comunión, cuando se trata de enfermos, cautivos y otros que sin peligro o grave dificultad no pueden salir.
V. Lo que se ha de observar al distribuir la sagrada Comunión
19. Cuando se administra la sagrada comunión en la iglesia o en un oratorio, póngase el corporal sobre el altar cubierto con un mantel; enciéndanse dos cirios como señal de veneración y de banquete festivo [9]; utilícese la patena.
Pero cuando la sagrada comunión se administra en otros lugares, prepárese una mesa decente cubierta con un mantel; ténganse también preparados los cirios.
20. El ministro de la sagrada comunión, si es presbítero o diácono, vaya revestido de alba, o sobrepelliz sobre el traje talar, y lleve estola.
Los otros ministros lleven o un vestido litúrgico, quizá tradicional en la región, o un vestido que no desdiga de este ministerio y que el Ordinario apruebe.
Para administrar la comunión fuera de la iglesia, llévese la Eucaristía en una cajita u otro vaso cerrado, con la vestidura y el modo apropiado a las circunstancias de cada lugar.
21. Al distribuir la sagrada comunión consérvese la costumbre de depositar la partícula de pan consagrado en la lengua de los que reciben la comunión, que se basa en el modo tradicional de muchos siglos.
Sin embargo, las Conferencias Episcopales pueden decretar, con la confirmación de la Sede Apostólica, que en su jurisdicción se pueda distribuir también la sagrada comunión depositando el pan consagrado en las manos de los fieles, con tal que se evite el peligro de faltar a la reverencia o se dé lugar a que surjan entre los fieles ideas falsas sobre la santísima Eucaristía [10].
Por lo demás conviene enseñar a los fieles que Jesucristo es el Señor y el Salvador y que se le debe a Él, presente bajo las especies sacramentales, el culto de latría o adoración, propio de Dios [11].
En ambos casos, la sagrada comunión debe ser distribuida por el ministro competente, que muestre y entregue al comulgante la partícula del pan consagrado, diciendo la fórmula «El Cuerpo de Cristo» a lo que cada fiel responde «Amén».
En lo que toca a la distribución de la sagrada comunión bajo la especie de vino, síganse fielmente las normas dadas en la Institución «Sacramentali Communione» del día 29 de junio de 1970 [12].
22. Si quedaran algunos fragmentos después de la comunión, recójanse con reverencia y pónganse en el copón, o échense en un vasito con agua.
Igualmente, si la comunión se administra bajo la especie de vino, purifíquese con agua el cáliz o cualquier otro vaso empleado para ese menester.
El agua utilizada en esas purificaciones, o bien se sume o arrójese en algún lugar conveniente.
VI. Las disposiciones para recibir la sagrada Comunión
23. La Eucaristía, que continuamente hace presente entre los hombres el misterio pascual de Cristo, es la fuente de toda gracia y del perdón de los pecados. Sin embargo, los que desean recibir el Cuerpo del Señor para que perciban los frutos del sacramento pascual, tienen que acercarse a él con la conciencia limpia y con recta disposición de espíritu.
Además la Iglesia manda «que nadie consciente de pecado mortal, por contrito que se crea, se acerque a la sagrada Eucaristía sin que haya precedido la confesión sacramental» [13]. Pero cuando urja la necesidad de comulgar y no haya suficientes confesores, haga un acto de perfecta contrición con el propósito de confesar en el debido tiempo todos los pecados mortales, que al presente no pueda confesar.
Pero los que diariamente o con frecuencia suelen comulgar, conviene que con la oportuna periodicidad, según la condición de cada cual, se acerquen al sacramento de la Penitencia.
Por lo demás, los fieles miren también a la Eucaristía como remedio que nos libra de las culpas de cada día y nos preserva de los pecados mortales; sepan también el modo conveniente de aprovecharse de los ritos penitenciales de la liturgia, en especial de la Misa [14].
24. Los que van a recibir el Sacramento no lo hagan sin estar durante una hora en ayunas de alimentos sólidos y bebidas, exceptuada el agua.
El tiempo del ayuno eucarístico, o sea la abstinencia de alimento o la bebida no alcohólica, se abrevia a un cuarto de hora aproximadamente para:
1) Los enfermos que residan en hospitales o en sus domicilios, aunque no guarden cama.
2) Los fieles de edad avanzada, que por su ancianidad no salen de casa o están en asilos.
3) Los sacerdotes enfermos, aunque no guarden cama, o de edad avanzada, lo mismo para celebrar Misa que para recibir la sagrada comunión.
4) Las personas que están al cuidado de los enfermos o ancianos, y sus familiares que desean recibir con ellos la sagrada comunión, siempre que sin incomodidad no puedan guardar el ayuno de una hora [15].
25. La unión con Cristo, a la que se ordena el mismo sacramento, ha de extenderse a toda la vida cristiana, de modo que los fieles de Cristo, contemplando asiduamente en la fe el don recibido, y guiados por el Espíritu Santo, vivan su vida ordinaria en acción de gracias y produzcan frutos más abundantes de caridad.
Para que puedan continuar más fácilmente en esta acción de gracias, que de un modo eminente se da a Dios en la Misa, se recomienda a los que han sido alimentados con la sagrada comunión que permanezcan algún tiempo en oración [16].
CAPÍTULO IILa comunión y el viático llevados a los enfermos por un ministro extraordinario
CAPITULO III
Varias formas de culto a la Santísima Eucaristía
79. Se recomienda con empeño la devoción privada y pública a la Santísima Eucaristía, aun fuera de la Misa, de acuerdo con las normas establecidas por la autoridad competente, pues el sacrificio eucarístico es la fuente y el punto culminante de toda la vida cristiana.
En la organización de tan piadosos y santos ejercicios, ténganse en cuenta los tiempos litúrgicos, de modo que vayan de acuerdo con la sagrada liturgia, en cierto modo se deriven de ella y a ella conduzcan al pueblo [1].
80. Los fieles, cuando veneran a Cristo presente en el Sacramento, recuerden que esta presencia proviene del Sacrificio y se ordena al mismo tiempo a la comunión sacramental y espiritual.
Así pues, la piedad que impulsa a los fieles a adorar a la santa Eucaristía los lleva a participar más plenamente en el misterio pascual y a responder con agradecimiento al don de aquel que por medio de su humanidad infunde continuamente la vida en los miembros de su Cuerpo. Permaneciendo ante Cristo, el Señor, disfrutan de su trato íntimo, le abren su corazón por sí mismos y por todos los suyos y ruegan por la paz y la salvación del mundo. Ofreciendo con Cristo toda su vida al Padre en el Espíritu Santo sacan de este trato admirable un aumento de su fe, su esperanza y su caridad. Así fomentan las disposiciones debidas que les permiten celebrar con la devoción conveniente el memorial del Señor y recibir frecuentemente el pan que nos ha dado el Padre.
Traten, pues, los fieles de venerar a Cristo en el Sacramento de acuerdo con su propio modo de vida. Y los Pastores en este punto vayan delante con su ejemplo y exhórtenles con sus palabras [2].
81. Acuérdense, finalmente, de prolongar por medio de la oración ante Cristo, el Señor, presente en el Sacramento, la unión con él conseguida en la Comunión y renovar la alianza que les impulsa a mantener en sus costumbres y en su vida la que han recibido en la celebración eucarística por la fe y el Sacramento. Procurarán, pues, que su vida discurra con alegría en la fortaleza de este alimento del cielo, participando en la muerte y resurrección del Señor. Así cada uno procure hacer buenas obras, agradar a Dios, trabajando por impregnar al mundo del espíritu cristiano y también proponiéndose llegar a ser testigo de Cristo en todo momento en medio de la sociedad humana [3].
1. La exposición de la Santísima Eucaristía
Observaciones previas
I. Relaciones entre la Exposición y la Misa
82. La exposición de la santísima Eucaristía, sea en el copón, sea en la custodia, lleva a los fieles a reconocer en ella la maravillosa presencia de Cristo y les invita a la unión de corazón con él, que culmina en la comunión sacramental. Así promueve adecuadamente el culto en espíritu y en verdad que le es debido.
Hay que procurar que en tales exposiciones el culto del santísimo Sacramento manifieste, aun en los signos externos, su relación con la Misa. En el ornato y en el modo de la exposición evítese cuidadosamente todo lo que pueda oscurecer el deseo de Cristo, que instituyó la Eucaristía ante todo para que fuera nuestro alimento, nuestro consuelo y nuestro remedio [4].
83. Se prohíbe la celebración de la Misa durante el tiempo en que está expuesto el santísimo Sacramento en la misma nave de la Iglesia.
Pues, aparte de las razones propuestas en el n. 6, la celebración del misterio eucarístico incluye de una manera más perfecta aquella comunión interna a la que se pretende llevar a los fieles con la exposición.
Si la exposición del santísimo Sacramento se prolonga durante uno o varios días, debe interrumpirse durante la celebración de la Misa, a no ser que se celebre en una capilla o espacio separado del lugar de la exposición y permanezcan en adoración por lo menos algunos fieles [5].
II. Normas que se han de observar en la Exposición
84. Ante el santísimo Sacramento, ya reservado en el sagrario, ya expuesto para la adoración pública, sólo se hace genuflexión sencilla.
85. Para la exposición del santísimo Sacramento en la custodia se encienden cuatro o seis cirios de los usuales en la Misa, y se emplea el incienso. Para la exposición enciéndanse por lo menos dos cirios; se puede emplear el incienso.
Exposición prolongada
86. En las iglesias en que se reserva habitualmente la Eucaristía, se recomienda cada año una exposición solemne del Santísimo Sacramento, prolongada durante algún tiempo, aunque no sea estrictamente continuado, a fin de que la comunidad local pueda meditar y adorar más intensamente este misterio.
Pero esta exposición, con el consentimiento del Ordinario del lugar, se hará solamente si se prevé una asistencia conveniente de fieles [6].
87. En caso de necesidad grave y general, el Ordinario del lugar puede ordenar preces delante del santísimo Sacramento, expuesto durante algún tiempo más prolongado y que debe hacerse en aquellas iglesias que son más frecuentadas por los fieles [7].
88. Donde, por falta de un número conveniente de adoradores, no se puede tener la exposición sin interrupción, está permitido reservar el santísimo Sacramento en el sagrario, en horas determinadas y dadas a conocer, pero no más de dos veces al día; por ejemplo, a mediodía y por la noche.
Esta reserva puede hacerse de modo más simple: el sacerdote o el diácono, revestido de alba (o de sobrepelliz sobre traje talar) y de estola, después de una breve admonición, hecha la oración con los fieles, devuelve el santísimo Sacramento al sagrario. Del mismo modo, a la hora señalada se hace de nuevo la exposición [8].
Exposición breve
89. Las exposiciones breves del santísimo Sacramento deben ordenarse de tal manera que, antes de la bendición con el santísimo Sacramento, se dedique un tiempo conveniente a la lectura de la palabra de Dios, a los cánticos, a las preces y a la oración en silencio prolongada durante algún tiempo.
Se prohíbe la exposición tenida únicamente para dar la bendición [9].
La adoración en las comunidades religiosas
90. A las comunidades religiosas y otras piadosas asociaciones que, según las constituciones o normas de su Instituto, tienen la adoración perpetua o prolongada por largo tiempo, se las recomienda con empeño que organicen esta piadosa costumbre según el espíritu de la sagrada Liturgia, de forma que cuando la adoración ante Cristo, el Señor, se tenga con participación de toda la comunidad, se haga con sagradas lecturas, cánticos y algún tiempo de silencio, para fomentar más eficazmente la vida espiritual de la comunidad. De esta manera se promueve entre los miembros de la casa religiosa el espíritu de unidad y fraternidad de que es signo y realización la Eucaristía y se practica el culto debido al Sacramento de forma más noble.
También se ha de conservar aquella forma de adoración, muy digna de alabanza, en que los miembros de la comunidad se van turnando de uno en uno, o de dos en dos. Porque también de esta forma, según las normas del instituto aprobado por la Iglesia, ellos adoran y ruegan a Cristo, el Señor, en el Sacramento, en nombre de toda la comunidad y de la Iglesia.
III. El ministro de la Exposición de la santísima Eucaristía
91. El ministro ordinario de la exposición del santísimo Sacramento es el sacerdote o el diácono, que al final de la adoración, antes de reservar el Sacramento, bendice al pueblo con el mismo Sacramento.
En ausencia del sacerdote o diácono, o legítimamente impedidos, pueden exponer públicamente la santísima Eucaristía a la adoración de los fieles y reservada después:
a) El acólito y el ministro extraordinario de la sagrada comunión.
b) Algún miembro de las comunidades religiosas y de las asociaciones piadosas laicales, de varones o mujeres, dedicadas a la adoración eucarística, designados por el Ordinario del lugar.
Todos éstos pueden hacer la exposición abriendo el sagrario, o también, si se juzga oportuno, poniendo el copón sobre el altar, o poniendo la hostia en la custodia. Al final de la adoración guardan el Sacramento en el sagrario. No es lícito, sin embargo, dar la bendición con el santísimo Sacramento.
92. El ministro, si es sacerdote o diácono, revístase del alba (o la sobrepelliz sobre el traje talar) y de la estola de color blanco.
Los otros ministros lleven o la vestidura litúrgica tradicional en el país, o un vestido que no desdiga de este sagrado ministerio y que el Ordinario apruebe.
Para dar la bendición al final de la adoración, cuando se haga con la custodia, el sacerdote y el diácono pónganse además la capa pluvial y el paño de hombros de color blanco; pero si la bendición se da con el copón, basta con el paño de hombros.
Rito de la Exposición y Bendición eucarística
La exposición
93. Congregado el pueblo, que puede entonar algún canto, si se juzga oportuno, el ministro se acerca al altar. Si el Sacramento no se conserva en el altar en que se va a tener la exposición, el ministro, cubierto con el paño de hombros, lo traslada desde el lugar de la reserva, acompañándole algún ayudante o algunos fieles con cirios encendidos.
Póngase el copón o la custodia sobre la mesa del altar, cubierta con un mantel. Pero si la exposición se alarga durante un tiempo prolongado, y se hace con la custodia, se puede utilizar el trono o expositorio, situado en un lugar más elevado; pero evítese que esté demasiado alto y distante [10].
Expuesto el santísimo Sacramento, si se emplea la custodia, el ministro inciensa al Sacramento. Después de esto, si la adoración se prolonga durante un tiempo bastante largo, puede retirarse.
94. Si se trata de la exposición solemne y prolongada, conságrese en la Misa que preceda inmediatamente a la exposición la hostia, que se ha de exponer a la adoración, y póngase en la custodia sobre el altar después de la comunión. Entonces la Misa concluirá con la oración después de la comunión, omitiéndose el rito de despedida; y antes de retirarse, el sacerdote ponga el Sacramento, si se juzga conveniente, sobre el trono o expositorio e inciénselo.
La adoración
95. Durante la exposición, las preces, cantos y lecturas deben organizarse de manera que los fieles atentos a la oración se dediquen a Cristo, el Señor.
Para alimentar la oración íntima, háganse lecturas de la sagrada Escritura con homilía o breves exhortaciones, que lleven a una mayor estima del misterio eucarístico. Conviene también que los fieles respondan con cantos a la palabra de Dios. En momentos oportunos debe guardarse un silencio sagrado.
96. Ante el santísimo Sacramento, «expuesto durante un tiempo prolongado», puede celebrarse también alguna parte de la Liturgia de las horas, especialmente las Horas principales; por su medio las alabanzas y acciones de gracias que se tributan a Dios en la celebración de la Eucaristía, se amplían a las diferentes horas del día y las súplicas, de la Iglesia se dirigen a Cristo y por él al Padre en nombre de todo el mundo.
La bendición
97. Al acabar la adoración el sacerdote o diácono se acerca al altar, hace genuflexión sencilla, y se arrodilla a continuación, y se canta un himno u otro canto eucarístico. [11]. Mientras tanto el ministro arrodillado inciensa al santísimo Sacramento, cuando la exposición tenga lugar con la custodia.
99. Luego se levanta y dice:
Oremos.
Se hace una breve pausa en silencio y el ministro prosigue:
Oh Dios, que en este sacramento admirable nos dejaste el memorial de tu Pasión; te pedimos nos concedas venerar de tal modo los sagrados misterios de tu Cuerpo y de tu Sangre, que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de tu redención. Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Todos responden:
Amén.
Otras oraciones «ad libitum» para la Bendición (Ritual nn.218-223)
–Concédenos, Señor y Dios nuestro, a los que creemos y proclamamos que Jesucristo nació por nosotros de la Virgen María, murió también por nosotros en la cruz y está presente en el Sacramento, beber de esta divina fuente el don de la salvación eterna. Por Jesucristo.
–Concédenos, te rogamos, Señor y Dios nuestro, celebrar con dignas alabanzas al Cordero que fue inmolado por nosotros y que está oculto en el Sacramento, para que merezcamos verle patente en la gloria. Por Jesucristo.
–Oh Dios que nos diste el verdadero pan del cielo, concédenos, te rogamos, que con el poder del alimento espiritual, siempre vivamos en ti y resucitemos gloriosos en el último día. Por Jesucristo.
–Ilumina, Señor, con la luz de la fe nuestros corazones y abrásalos con el fuego de la caridad, para que adoremos resueltamente en espíritu y en verdad, a quien reconocemos en este Sacramento como nuestro Dios y Señor. Que vive y reina.
–Que los sacramentos con los que te has dignado restaurarnos, Señor, llenen de la dulzura de tu amor nuestros corazones y nos impulsen a desear las riquezas inefables de tu reino. Por Jesucristo.
–Oh Dios que redimiste a todos los hombres con el misterio pascual de Cristo, conserva en nosotros la obra de tu misericordia, para que, venerando constantemente el misterio de nuestra salvación, merezcamos conseguir su fruto. Por Jesucristo.
99. Dicha la oración, el sacerdote o diácono, tomando el paño de hombros, hace genuflexión, toma la custodia o copón y hace con él en silencio la señal de la cruz sobre el pueblo.
La reserva
100. Acabada la bendición, el mismo sacerdote o diácono que dio la bendición, u otro sacerdote o diácono, reserva el Sacramento en el sagrario y hace genuflexión, mientras el pueblo, si se juzga oportuno, hace alguna aclamación y finalmente el ministro se retira.
CAPÍTULO IV y V
Lecturas varias (nn. 113-176) y Textos varios (nn. 177-223)
APÉNDICE
Rito para instituir ministro extraordinario de la sagrada comunión
Fuente: www.adoracionperpetua.info
No hay comentarios :
Publicar un comentario