viernes 28 2013

'' JESÚS EXTENDIÓ LA MANO Y LO TOCÓ. '' ( Mateo 8, 1 - 4 )

Viernes de la duodécima semana del tiempo ordinario


Libro de Génesis 17,1.4-5.9-10.15-22.

Tenía Abram noventa y nueve años, cuando se le apareció Yavé y le dijo: «Yo soy el Dios de las Alturas. Camina en mi presencia y sé perfecto.
«Esta es mi alianza que voy a pactar contigo: tú serás el padre de una multitud de naciones.
No te llamarás más Abram, sino Abraham, pues te tengo destinado a ser padre de una multitud de naciones.
Dijo Dios a Abraham: «Guarda mi alianza, tú y tus descendientes después de ti, de generación en generación.
Esta es mi alianza contigo y con tu raza después de ti, que ustedes deberán guardar: todo varón entre ustedes será circuncidado.
Dijo Dios a Abraham: «A Saray, tu esposa, ya no la llamarás Saray, sino Sara. Yo la bendeciré y te daré de ella un hijo.
La bendeciré de tal manera, que pueblos y reyes saldrán de ella.»
Entonces Abraham, agachándose hasta tocar la tierra con su cara, se puso a reír, pues pensaba: «¿Acaso le va a nacer un hijo a un hombre de cien años? ¿Y puede Sara, a sus noventa años, dar a luz?»
Y dijo a Dios: «Si al menos aceptaras a Ismael para servir tus designios.»
Pero Dios le respondió: «De ninguna manera, pues va a ser Sara, tu esposa, la que te dará un hijo y le pondrás por nombre Isaac. Estableceré mi alianza con él, y con su descendencia después de él para siempre.
En cuanto a Ismael, también te he escuchado. Yo lo bendeciré y le daré una descendencia muy grande y muy numerosa. Será el padre de doce príncipes y haré de él una gran nación.
Pero mi alianza la estableceré con Isaac, que Sara te dará a luz por este tiempo, el año que viene.»
Así terminó Dios de hablar con Abraham y se alejó.






Salmo 128(127),1-2.3.4-5.


Felices los que temen al Señor
y siguen sus caminos.
Comerás del trabajo de tus manos,
esto será tu fortuna y tu dicha.

Tu esposa será como vid fecunda
en medio de tu casa,
tus hijos serán como olivos nuevos
alrededor de tu mesa.

Así será bendito
el hombre que teme al Señor.
¡Que el Señor te bendiga desde Sión:
puedas ver la dicha de Jerusalén
durante todos los días de tu vida!
¡Que veas a los hijos de tus hijos
y en Israel, la paz!




Evangelio según San Mateo 8,1-4.
 
 





Jesús, pues, bajó del monte, y empezaron a seguirlo muchedumbres.
Un leproso se acercó, se arrodilló delante de él y le dijo: «Señor, si tú quieres, puedes limpiarme.»
Jesús extendió la mano, lo tocó y le dijo: «Quiero; queda limpio.» Al momento quedó limpio de la lepra.
Jesús le dijo: «Mira, no se lo digas a nadie; pero ve a mostrarte al sacerdote y ofrece la ofrenda ordenada por la Ley de Moisés, pues tú tienes que hacerles una declaración.»




Leer el comentario del Evangelio por : Beata Teresa de Calcuta
“Jesús extendió la mano y lo tocó.”
 

 En nuestros días, en Occidente, la peor enfermedad no es la tuberculosis o la lepra sino el sentirse indeseable, abandonado, privado de amor. Sabemos cuidar las enfermedades del cuerpo por medio de la medicina, pero el único remedio para la soledad, el desconcierto y el desespero es el amor. Hay mucha gente que muere en el mundo por falta de un trozo de pan, pero hay muchos más que mueren por falta de un poco de amor. La pobreza de Occidente es una pobreza diferente. No es sólo una pobreza de soledad, sino también de falta de espiritualidad. Existe un hambre de amor como existe un hambre de Dios...




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LOS SIGNOS Y LA PREDICACIÓN DEL REINO DE LOS CIELOS


SAN MATEO,  CAPÍTULO 8



Curación de un leproso
Marcos 1, 40-45 / Lucas 5, 12-16

8:1 Cuando Jesús bajó de la montaña, lo siguió una gran multitud.
8:2 Entonces un leproso fue a postrarse ante él y le dijo: "Señor, si quieres, puedes purificarme".
8:3 Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: "Lo quiero, queda purificado". Y al instante quedó purificado de su lepra.
8:4 Jesús le dijo: "No se lo digas a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que ordenó Moisés Levítico 14, 1-32 Marcos 1, 44 Lucas 5, 14 para que les sirva de testimonio".

Curación del sirviente de un centurión
Lucas 7, 1-10 / Juan 4, 46-53

8:5 Al entrar en Cafarnaún, se le acercó un centurión, rogándole:
8:6 "Señor, mi sirviente está en casa enfermo de parálisis y sufre terriblemente".
8:7 Jesús le dijo: "Yo mismo iré a curarlo".
8:8 Pero el centurión respondió: "Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará.
8:9 Porque cuando yo, que no soy más que un oficial subalterno, digo a uno de los soldados que están a mis órdenes: "Ve", él va, y a otro: "Ven", él viene; y cuando digo a mi sirviente: "Tienes que hacer esto", él lo hace".
8:10 Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían: "Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe.
8:11 Por eso les digo que muchos vendrán de Oriente y de Occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob, en el Reino de los Cielos; Lucas 13, 29
8:12 en cambio, los herederos del Reino serán arrojados afuera, a las tinieblas, donde habrá llantos y rechinar de dientes". Mateo 22, 13 Mateo 25, 30 Lucas 13, 28
8:13 Y Jesús dijo al centurión: "Ve, y que suceda como has creído". Y el sirviente se curó en ese mismo momento.

Curación de la suegra de Pedro
Marcos 1, 29-31 / Lucas 4, 38-39

8:14 Cuando Jesús llegó a la casa de Pedro, encontró a la suegra de éste en cama con fiebre.
8:15 Le tocó la mano y se le pasó la fiebre. Ella se levantó y se puso a servirlo.

Diversas curaciones
Marcos 1, 32-34 / Lucas 4, 40-41

8:16 Al atardecer, le llevaron muchos endemoniados, y él, con su palabra, expulsó a los espíritus y curó a todos los que estaban enfermos,
8:17 para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías:
Él tomó nuestras debilidades
y cargó sobre sí nuestras enfermedades. Isaías 53, 4

Exigencias de la vocación apostólica
Lucas 9, 57-62

8:18 Al verse rodeado de tanta gente, Jesús mandó a sus discípulos que cruzaran a la otra orilla.
8:19 Entonces se aproximó un escriba y le dijo: "Maestro, te seguiré adonde vayas".
8:20 Jesús le respondió: "Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza".
8:21 Otro de sus discípulos le dijo: "Señor, permíteme que vaya antes a enterrar a mi padre".
8:22 Pero Jesús le respondió: "Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos".

La tempestad calmada
Marcos 4, 35-41 / Lucas 8, 22-25

8:23 Después Jesús subió a la barca y sus discípulos lo siguieron.
8:24 De pronto se desató en el mar una tormenta tan grande, que las olas cubrían la barca. Mientras tanto, Jesús dormía.
8:25 Acercándose a él, sus discípulos lo despertaron, diciéndole: "¡Sálvanos, Señor, nos hundimos!"
8:26 Él les respondió: "¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?" Y levantándose, increpó al viento y al mar, y sobrevino una gran calma.
8:27 Los hombres se decían entonces, llenos de admiración: "¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen?"

Curación de los dos endemoniados de Gadara
Marcos 5, 1-20 / Lucas 8, 26-39

8:28 Cuando Jesús llegó a la otra orilla, a la región de los gadarenos, fueron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros. Eran tan feroces, que nadie podía pasar por ese camino.
8:29 Y comenzaron a gritar: "¿Qué quieres de nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo?"
8:30 A cierta distancia había una gran piara de cerdos paciendo.
8:31 Los demonios suplicaron a Jesús: "Si vas a expulsarnos, envíanos a esa piara".
8:32 Él les dijo: "Vayan". Ellos salieron y entraron en los cerdos: estos se precipitaron al mar desde lo alto del acantilado, y se ahogaron.
8:33 Los cuidadores huyeron y fueron a la ciudad para llevar la noticia de todo lo que había sucedido con los endemoniados.
8:34 Toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y, al verlo, le rogaron que se fuera de su territorio.



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