miércoles 11 2019

" MI YUGO ES SUAVE Y MI CARGA LIGERA "

Día litúrgico: Miércoles II de Adviento


1ª Lectura (Is 40,25-31): «¿Con quién podréis compararme, quién es semejante a mi?», dice el Santo. Alzad los ojos a lo alto y mirad: ¿quién creó esto? Es él, que despliega su ejército al completo y a cada uno convoca por su nombre. Ante su grandioso poder, y su robusta fuerza, ninguno falta a su llamada. ¿Por qué andas diciendo, Jacob, y por qué murmuras, Israel: «Al Señor no le importa mi destino, mi Dios pasa por alto mis derechos»? ¿Acaso no lo sabes, es que no lo has oído? El Señor es un Dios eterno que ha creado los confines de la tierra. No se cansa, no se fatiga, es insondable su inteligencia. Fortalece a quien está cansado, acrecienta el vigor del exhausto. Se cansan los muchachos, se fatigan, los jóvenes tropiezan y vacilan; pero los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, echan alas como las águilas, corren y no se fatigan, caminan y no se cansan.




Salmo responsorial: 102

R/. Bendice, alma mía, al Señor.


Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios.

Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; él rescata tu vida de la fosa, y te colma de gracia y de ternura.

El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia. No nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas.




Versículo antes del Evangelio (---): Aleluya. He aquí que vendrá el Señor a salvar a su pueblo; bienaventurados los que estén preparados para encontrarle. Aleluya.




Texto del Evangelio (Mt 11,28-30): 









En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera».


                   «Mi yugo es suave y mi carga ligera»


P. Jacques PHILIPPE
(Cordes sur Ciel, Francia)


Hoy, Jesús nos conduce al reposo en Dios. Él es, ciertamente, un Padre exigente, porque nos ama y nos invita a darle todo, pero no es un verdugo. Cuando nos exige algo es para hacernos crecer en su amor. El único mandato es el de amar. Se puede sufrir por amor, pero también se puede gozar y descansar por amor…

La docilidad a Dios libera y ensancha el corazón. Por eso, Jesús, que nos invita a renunciar a nosotros mismos para tomar nuestra cruz y seguirle, nos dice: «Mi yugo es suave y mi carga ligera» (Mt 11,30). Aunque en ocasiones nos cuesta obedecer la voluntad de Dios, cumplirla con amor acaba por llenarnos de gozo: «Haz que vaya por la senda de tus mandamientos, pues en ella me complazco» (Sal 119,35).

Me gustaría contar un hecho. A veces, cuando después de un día bastante agotador me voy a dormir, percibo una ligera sensación interior que me dice: —¿No entrarías un momento en la capilla para hacerme compañía? Tras algunos instantes de desconcierto y resistencia, termino por consentir y pasar unos momentos con Jesús. Después, me voy a dormir en paz y tan contento, y al día siguiente no me despierto más cansado que de costumbre.

No obstante, a veces me sucede lo contrario. Ante un problema grave que me preocupa, me digo: —Esta noche rezaré durante una hora en la capilla para que se resuelva. Y al dirigirme a dicha capilla, una voz me dice en el fondo de mi corazón: —¿Sabes?, me complacería más que te fueras a acostar inmediatamente y confiaras en mí; yo me ocupo de tu problema. Y recordando mi feliz condición de "servidor inútil", me voy a dormir en paz, abandonando todo en las manos del Señor…

Todo ello viene a decir que la voluntad de Dios está donde existe el máximo amor, pero no forzosamente donde esté el máximo sufrimiento… ¡Hay más amor en descansar gracias a la confianza que en angustiarse por la inquietud!


«Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados (...) y hallaréis descanso»


Rev. D. Jaume GONZÁLEZ i Padrós
(Barcelona, España)


Hoy, acaba el ciclo de lecturas feriales que tienen por protagonista al profeta Isaías. Él nos hace caer en la cuenta de que la actualidad de la venida del Mesías fue anunciada proféticamente.

Esperar el retorno del Señor, su “adventus”, exige al creyente un claro propósito de no desfallecer, pase lo que pase mientras tanto. Porque no podemos ignorar que la espera no siempre resulta ligera, y se puede llegar a pensar que, de hecho, vista la propia flaqueza, no se alcanzará la perseverancia de una vida cristiana con tenacidad. La tentación del desánimo está siempre cerca de quienes somos débiles por naturaleza.

También nos puede traicionar el olvido de que el Reino se abre paso sobre todo por la voluntad de Dios, a pesar de las resistencias de quienes no tenemos una “determinada determinación”, suficientemente decidida, para buscarlo por encima de todo y con absoluta prioridad. Demasiadas veces nos lamentamos de nuestro cansancio: un poco hemos pasado cuentas y nos hemos percatado de la poquedad de los resultados conseguidos y, sin poderlo evitar, nos sale del alma una queja dirigida al Señor, más o menos explícita, como preguntándole cómo es que no nos ha ayudado suficientemente, cómo es posible que no haya reparado en el trabajo que hemos realizado. ¡He aquí nuestro pecado! Convertimos a Dios en nuestro ayudante, en lugar de comprender que la iniciativa es siempre suya y que es suyo el esfuerzo principal.

Isaías, en esta perspectiva escatológica que marca las primeras semanas del Adviento, nos recuerda cuán grande e irresistible es el poder del Santo.

En Jesucristo encontramos el cumplimiento de estas palabras del profeta. «Venid a mí (...) y hallaréis descanso» (Mt 11,28). En el Señor, en su corazón amoroso, todos encontramos el descanso necesario y la fuerza para no desfallecer y, así, poder esperarlo con una caridad renovada, mientras que nuestra alma no cesa de bendecirlo y nuestra memoria no olvida sus favores.


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