Según reconoce ya la antigua tradición cristiana, San Marcos es un discípulo atento y un estrecho colaborador del apóstol Pedro. La tradición más antigua atribuye a Marcos la redacción del segundo de los Evangelios sinópticos. Es un modelo de escucha y transmisión de la palabra de Dios.
Nos encontramos con la figura de Marcos en una escena que nos evoca la situación de la primera comunidad cristiana en Jerusalén. Pedro había sido apresado y encarcelado por Herodes en los días de los ácimos. Mientras estaba en la cárcel, la comunidad oraba insistentemente por él a Dios. La noche previa a su juicio público, fue liberado misteriosamente de la prisión por el ángel del Señor. Consciente de su situación, se dirigió a casa de María, madre de Juan por sobrenombre Marcos, donde se hallaban muchos hermanos reunidos en oración. El relato no deja de anotar el nombre de Rosa, la joven que bajó a abrir a Pedro la puerta de entrada (cf. Hch 12, 12).
Como era habitual, el hijo de aquella familia hospitalaria lleva dos nombres: Juan Marcos, el primero es de origen hebreo y el segundo, a modo de sobrenombre, de origen romano. Es bastante conocido a través de los escritos apostólicos, aunque nos quedan grandes lagunas sobre su vida y su actividad.
El evangelizador
El libro de los Hechos de los Apóstoles nos dice que Bernabé y Saulo volvieron de Jerusalén a Antioquía trayéndose consigo a Juan, por sobrenombre Marcos (cf. Hch 12, 25). En esta ciudad, Bernabé y Saulo serían elegidos para llevar a cabo una misión evangelizadora. Bajaron, en efecto, a Seleucia y desde allí tomaron una nave hasta Chipre. Con ellos viajaba también Juan Marcos. Y con ellos atravesó la isla desde Salamina hasta Pafos (cf. Hch 13, 4-59). Desde allí volvieron al continente, desembarcando esta vez en Atalía –actual Antaliaque era el puerto natural de la ciudad de. Perge. Pablo tenía la intención de subir a las ciudades de la meseta: Iconio, Listra y Derbe. Sin embargo, a Juan Marcos debió de parecerle excesivamente arriesgado aquel proyecto de misión y abandonó a Pablo y Bernabé para regresar a Jerusalén (cf. Hch 13, 13).
Cuatro años más tarde, tras el llamado Concilio de Jerusalén, Bernabé logró convencer a su pariente Marcos para que lo acompañara a Antioquía. Su presencia desata una discusión entre Pablo y Bernabé. El primero, que recuerda con desagrado el abandono de Marcos, inicia por su cuenta su segundo viaje misional que terminará llevándole a Tróade, Filipos, Atenas y Corinto. Mientras tanto, Bernabé acepta complaciente la compañía de Marcos y emprende con él un segundo viaje misional a la isla de Chipre (cf. Hch 15, 36-40).
Después de unos doce años, en los que nos es difícil rastrear su presencia, volvemos a encontrar a Marcos, esta vez en Roma, como lo atestigua la primera Carta de Pedro, en la que se le califica cariñosamente como hijo del príncipe de los apóstoles (cf. 1P 5, 13). Marcos, como reconoce toda la antigua tradición cristiana, es un atento discípulo y un estrecho colaborador del apóstol Pedro.
Al mismo tiempo, Pablo parece haber superado sus antiguos recelos respecto a Marcos. De hecho, en la Carta a Filemón (24) lo presenta entre los que colaboran con él durante su primera prisión en Roma. Más explícita es la Carta a los Colosenses, en la cual el autor envía saludos de parte de Marcos, primo de Bernabé, que junto con un tal Jesús, llamado «el Justo', colabora con él por el reino de Dios y constituye para él una fuente de consuelo. El autor de la carta no duda en recomendar a Marcos a la hospitalidad de los habitantes de Colosas (cf. Col 4, 10-11). Más tarde, durante su segunda cautividad en Roma, Pablo, ya cerca del final de su vida, ruega a Timoteo que traiga consigo —de Éfeso o de Macedonia, donde debía encontrarse— a Marcos, «pues le es muy útil para el ministerio» (2Tm 4, 11).
El evangelista
La tradición más antigua atribuye a Marcos la redacción del segundo de los Evangelios sinópticos. Este relato, dedicado a presentarnos «el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios« (Mc 1, 1), refleja con asombrosa fidelidad los rasgos humanos de Jesús y, a través de sus páginas, es posible intuir una larga y fiel convivencia del autor junto al apóstol Pedro.
Precisamente en este Evangelio encontramos un detalle que puede ser significativo sobre la identidad de su autor. La noche en que Jesús fue prendido en el huerto de los Olivos todos sus discípulos lo abandonaron y huyeron. Todos, excepto un joven que le seguía cubierto sólo con un lienzo. Cuando los guardias trataron de detenerlo, el joven dejando el lienzo, se escapó desnudó (cf. Mc 14, 51-52). Muchos comentaristas ven en este joven al mismo evangelista que podría haber tratado de seguir a Jesús en el momento de su detención. La posibilidad queda ahí, sugerente corno una parábola. Si fuera verdadera, el joven Marcos sería para las comunidades cristianas antiguas y modernas todo un símbolo del seguimiento de Jesús a pesar de las dificultades y de la persecución.
Algunas tradiciones hacen de Marcos el fundador de la Iglesia de Alejandría. Cuando en el año 820 los comerciantes venecianos se llevaron a su ciudad los restos del evangelista, ya habían recibido veneración durante al menos cinco siglos en Bucoles, en el litoral alejandrino. Sin embargo, otra tradición fundada en las Crónicas de Hipólito de Roma (siglo II1) afirmaba que el cuerpo del evangelista había sido quemado después de su muerte.
Marcos, el joven seguidor clandestino de Jesús, educado en el hogar que acoge a la primerísima comunidad cristiana y discípulo de los dos grandes apóstoles, Pedro y Pablo, se muestra a todos los cristianos como modelo de escucha y transmisión de la palabra del Señor. Discípulo de los discípulos primeros, es para nosotros testigo de la fe en la divinidad de Jesucristo y en su humanidad salvadora.
Fuente : José-Román Flecha Andrés / dominicos.org
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