Aleteia Team | Abr 05, 2020
Para santificar este Lunes Santo Aleteia, con la colaboración de la revista Magnificat, ofrece esta celebración de la Palabra de Dios en su hogar.
Si se encuentra solo, es preferible leer las lecturas y oraciones de la misa de este domingo (que también podrá encontrar en esta guía) o seguir la misa por televisión o en Aleteia a través de esta página especial creada por Aleteia para Semana Santa. Esta celebración requiere al menos la participación de dos personas.
Esta celebración se adapta particularmente a un marco familiar, de amistad o de vecinos. Ahora bien, en el respeto de las medidas del confinamiento, es necesario verificar si está permitido invitar a los vecinos o amigos. En todo caso, durante su celebración, deberán respetarse estrictamente las consignas de seguridad.
Se ha de colocar el número de sillas necesario ante un espacio de oración, respetando la distancia de un metro entre cada uno.
Debería colocarse una cruz o el crucifijo.
Se encenderán una o varias velas, que deberán colocarse en un soporte incombustible (por ejemplo, un plato de porcelana o cristal). Al final de la celebración, se apagarán las velas.
No se decorará el espacio de oración con flores. En Pascua, podremos vivir la alegría de volver a colocarlas.
Se designa a una persona para dirigir la oración, quien establecerá la duración de los momentos de silencio.
Se designan lectores para la primera lectura, el salmo y el Evangelio.
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LUNES SANTO
Celebración de la Palabra
“El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién voy a tenerle miedo?”
Nos sentamos. El guía de la celebración, toma la palabra:
Hermanos y hermanas
en este primer día de la Semana Santa,
pongamos nuestra mirada en Cristo Jesús,
para entrar con Él en su pasión.
Se acercan los días en los que Jesús, nuestro Salvador,
sufrió por nosotros y resucitó en la gloria.
En las tinieblas en las que estamos sumidos,
Él es nuestra luz y Salvación.
En su luz,
conscientes de nuestros límites y debilidades,
así como del mal que causan nuestros pecados,
queremos expresar nuestra confianza
en la pasión del Hijo amado,
y darle gracias
por habernos dado
la prueba de amor más grande.
Pausa
Jesús, aunque las circunstancias nos impiden
perpetuar la ofrenda de tu vida
a través de la celebración de la Eucaristía,
tú nos pides actualizarla, ahora más que nunca,
amándonos los unos a los otros,
como tú nos has amado.
Después de cinco minutos de silencio,
todos se ponen de pie
y hacen la señal de la cruz, diciendo:
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén
El guía de la celebración sigue diciendo:
Para prepararnos a acoger la Palabra de Dios
y se convierta en motivo de purificación para todos nosotros,
reconozcamos con humildad nuestros pecados.
Sigue el rito penitencial:
Señor, ten misericordia de nosotros.
Porque hemos pecado contra ti.
Muéstranos, Señor, tu misericordia.
Y danos tu salvación.
Que Dios Todopoderoso tenga misericordia de nosotros,
perdone nuestros pecados,
y nos lleve a la vida eterna.
Amén.
Se pronuncia o canta:
Señor, ten piedad.
Señor, ten piedad.
Cristo, ten piedad.
Cristo, ten piedad.
Señor, ten piedad.
Señor, ten piedad.
ORACIÓN
Quien guía la celebración dice:
Te rogamos, Dios todopoderoso,
que quienes desfallecemos a causa de nuestra debilidad,
nos recuperemos gracias a la pasión de tu Unigénito.
Él, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.
Se leen las lecturas de la misa del Lunes Santo.
El encargado de la primera lectura permanece de pie,
mientras los demás se sientan.
PRIMERA LECTURA
Lectura del Profeta Isaías (42, 1-7)
Esto dice el Señor: “Miren a mi siervo, a quien sostengo,
a mi elegido, en quien tengo mis complacencias.
En él he puesto mi espíritu,
para que haga brillar la justicia sobre las naciones.
No gritará, no clamará, no hará oír su voz por las calles;
no romperá la caña resquebrajada,
ni apagará la mecha que aún humea.
Promoverá con firmeza la justicia,
no titubeará ni se doblegará
hasta haber establecido el derecho sobre la tierra
y hasta que las islas escuchen su enseñanza”.
Esto dice el Señor Dios,
el que creó el cielo y lo extendió,
el que dio firmeza a la tierra, con lo que en ella brota;
el que dio el aliento a la gente que habita la tierra
y la respiración a cuanto se mueve en ella:
“Yo, el Señor, fiel a mi designio de salvación,
te llamé, te tomé de la mano, te he formado
y te he constituido alianza de un pueblo,
luz de las naciones,
para que abras los ojos de los ciegos,
saques a los cautivos de la prisión
y de la mazmorra a los que habitan en tinieblas”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
El encargado de leer el salmo se levanta,
mientras los demás permanecen sentados.
SALMO 26 (1, 2, 3, 13-14)
R/ El Señor es mi luz y mi salvación.
El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién voy a tenerle miedo?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién podrá hacerme temblar?
R/ El Señor es mi luz y mi salvación.
Cuando me asaltan los malvados
para devorarme,
ellos, enemigos y adversarios,
tropiezan y caen.
R/ El Señor es mi luz y mi salvación.
Aunque se lance contra mí un ejército,
no temerá mi corazón;
aun cuando hagan la guerra contra mí,
tendré plena confianza en el Señor.
R/ El Señor es mi luz y mi salvación.
La bondad del Señor espero ver
en esta misma vida.
Armate de valor y fortaleza
y en el Señor confía.
R/ El Señor es mi luz y mi salvación.
EVANGELIO
Todos se ponen de pie.
Se eleva la aclamación antes del Evangelio.
R/ Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Señor Jesús, rey nuestro,
sólo tú has tenido compasión de nuestras faltas.
R/ Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
El lector encargado del Evangelio lo leerá con lentitud y sobriedad.
Lectura del santo Evangelio según san Juan (12, 1-11)
Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa. María tomó entonces una libra de perfume de nardo auténtico, muy costoso, le ungió a Jesús los pies con él y se los enjugó con su cabellera, y la casa se llenó con la fragancia del perfume.
Entonces Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que iba a entregar a Jesús, exclamó: “¿Por qué no se ha vendido ese perfume en trescientos denarios para dárselos a los pobres?” Esto lo dijo, no porque le importaran los pobres, sino porque era ladrón, y como tenía a su cargo la bolsa, robaba lo que echaban en ella.
Entonces dijo Jesús: “Déjala. Esto lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tendrán siempre con ustedes, pero a mí no siempre me tendrán”.
Mientras tanto, la multitud de judíos, que se enteró de que Jesús estaba allí, acudió, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, a quien el Señor había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes deliberaban para matar a Lázaro, porque a causa de él, muchos judíos se separaban y creían en Jesús.
El Evangelio termina sin aclamación.
Todos se sientan. El guía repite lentamente,
como si se tratara de un eco lejano:
“El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién voy a tenerle miedo?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién podrá hacerme temblar?”
Permanecemos cinco minutos en silencio de meditación personal.
Al final, todos se levantan. El que guía la celebración introduce el Padrenuestro.
Fieles a la recomendación del Salvador,
y siguiendo su divina enseñanza,
nos atrevemos a decir:
Se reza o canta el Padre Nuestro:
Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
E inmediatamente todos proclaman:
Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria, por siempre, Señor.
El guía sigue diciendo:
Acabamos de unir nuestra voz
a la del Señor Jesús para orar al Padre.
Somos hijos en el Hijo.
En la caridad que nos une los unos a los otros,
renovados por la Palabra de Dios,
podemos intercambiar un gesto de paz,
signo de la comunión
que recibimos del Señor.
Todos intercambian un gesto de paz. Si fuera necesario, siguiendo las indicaciones de las autoridades, este gesto puede hacerse inclinando profundamente la cabeza hacia el otro o, en familia, enviando un beso a distancia con dos dedos en los labios.
Nos sentamos.
COMUNIÓN ESPIRITUAL
El guía dice:
Dado que no podemos recibir la comunión sacramental,
el Papa Francisco nos invita apremiantemente a realizar la comunión espiritual,
llamada también “comunión de deseo”.
El Concilio de Trento nos recuerda que
“se trata de un ardiente deseo de alimentarse con este Pan celestial,
unido a una fe viva que obra por la caridad,
y que nos hace participantes de los frutos y gracias del Sacramento”.
El valor de nuestra comunión espiritual
depende, por tanto, de nuestra fe en la presencia de Cristo en la Eucaristía,
como fuente de vida, de amor y de unidad,
así como de nuestro deseo de comulgar, a pesar de las circunstancias.
Con esta disposición de ánimo, les invito ahora a inclinar la frente,
a cerrar los ojos y vivir un momento de recogimiento.
Silencio
En lo más profundo de nuestro corazón,
dejemos crecer el ardiente deseo de unirnos a Jesús,
en la comunión sacramental,
y de hacer que su amor se haga vivo en nuestras vidas,
amando a nuestros hermanos y hermanas como Él nos ha amado.
Permanecemos cinco minutos en silencio en un diálogo de corazón a corazón con Jesucristo.
Podemos cantar un cántico de acción de gracias.
A continuación, nos ponemos de pie.
El guía pronuncia esta oración.
Visita, Señor, a tu pueblo
y protege con tu constante amor
a quienes has santificado por estos misterios,
para que recibamos de tu misericordia
y conservemos con tu protección
los auxilios para nuestra salvación eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
Por intercesión de san N. [patrón de la parroquia],
de todos los santos y santas de Dios,
que el Señor de la perseverancia y la fortaleza
nos ayude a vivir el espíritu de
sacrificio, compasión y amor de Cristo Jesús.
De este modo, en comunión con el Espíritu Santo,
daremos gloria a Dios,
Padre de Nuestro Señor Jesucristo,
por los siglos de los siglos.
Amén.
Todos juntos mirando hacia la cruz,
piden la bendición del Señor:
El Señor nos bendiga y proteja,
ilumine su rostro sobre nosotros
y nos conceda su favor.
Amén.
Todos hacen la señal de la cruz.
Los padres pueden hacer la señal de la cruz en la frente de sus hijos.
Es posible concluir la celebración elevando un cántico a la Virgen María.
Aleteia Team | Abr 05, 2020
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