La buena noticia del anuncio del nacimiento del Salvador tan largamente esperado, que conmueve, en el silencio de la noche, al cielo y la tierra; que, de la mano del Evangelio según San Lucas, comienza por los pastores –pobres entre los pobres de Israel- y que fue vislumbrado desde la lejanía del tiempo en la esperanza de los profetas, se convierte en la Epifanía, con el relato del Evangelio según San Mateo, en revelación gozosa para todos los pueblos de la tierra, culmen de la espera de una humanidad sedienta de verdad, de sentido y de amor, que aún sin saber con certeza qué estaba esperando, es capaz de reconocer en el niño que ha nacido en Belén, la luz que ha de vencer las tinieblas del odio, del pecado, de las maquinaciones del poder que entorpecen el plan de Dios de hermanar a todos los hombres en una sola humanidad sin fronteras ni exclusiones.
Mateo presenta su relato, a través de elocuentes contrapuntos para revelar el sentido de este acontecimiento que implica a la humanidad entera:
Están los Magos frente a Herodes: la legítima inquietud por buscar la verdad, que trasciende los límites culturales, que trasciende la cuestión de las razas, de los pueblos; y por otro lado la torcida inquietud de quien quiere saber para parapetarse en el propio poder, quien busca el saber para legitimar a toda costa lo que de antemano reconoce como ilegítimo: el ejercicio de una autoridad que no se sostiene en sí misma, sino en la violencia, del poder que busca a toda costa excusas para justificar la opresión y la depredación.
Mateo a estos misteriosos personajes que aparecen sólo una vez en todo su Evangelio, los llama simplemente Magos (el título de Reyes y los nombres propios con que la tradición navideña los recuerda serán adiciones muy posteriores aportadas por la leyenda); qué nos está revelando esta denominación; que no son hombres del pueblo de Israel: son ya aquellos que las profecías mesiánicas estaban anunciando: los representantes de todas las naciones de la tierra, esas que no han recibido la Revelación, y por tanto han tratado de saciar su ansia de trascendencia en el culto a innumerables dioses, pero no por eso son menos inquietos al momento de anhelar la verdad; las naciones puestas en movimiento, muchas veces caminando a tientas, para converger sobre Sión y recibir allí también ellas la revelación del Dios de amor que es Dios de la humanidad entera, que quiere hacer de todos los pueblos Su pueblo, que quiere anunciar a todos los pueblos que Él es Padre para todos.
El nombre que Mateo les da a estos hombres: “Magos” los retrata y los delata: manifiesta su inquietud por encontrar la verdad, desde una búsqueda que no es la propia y característica del pueblo de Israel: son astrónomos, son escrutadores con sus propios ojos del misterio que entraña el universo y que une a éste con la suerte de los hombres.
Mientras que los sabios de Israel habían afinado durante siglos el oído para escuchar la revelación que viene de lo alto, para aprender a escuchar y trasmitir lo escuchado con una fidelidad acorde con la de Aquel, que ha querido revelarse, con la fidelidad del Discípulo que se demora a los pies del maestro que desde lo alto derrama de su boca al oído la única sabiduría, la del Altísimo; estos hombres, los magos, han gastado sus años escudriñando el insondable abismo del cielo, se han esforzado en calibrar el feble instrumento de sus propios ojos, para hacerlo penetrar más allá de lo evidente, más allá de lo cercano, los ojos de los magos han sido adiestrados por el ejercicio perseverante, por la pregunta una y otra vez reiterada, cada vez más incisiva, cada vez más aguda, para traspasar los velos del cielo nocturno, para aprender a leer en él la misteriosa escritura de un Dios que ha hecho del mundo entero, del universo, un libro para comunicar su verdad y su amor a la Creación.
Estos hombres, los magos, representan la razón inquieta de la humanidad, hecha para conocer a Dios, hecha para no quedarse satisfecha nunca con descubrimientos parciales, ávida de ver con sus propios ojos el resplandor de la Verdad, para cuya contemplación ha sido creada.
El contraste está dado por Herodes y los sabios de palacio: los sumos sacerdotes y los escribas: Herodes también se inquieta, pero su inquietud es de una índole muy distinta a la de estos misteriosos visitantes que han salido de su tierra, que han peregrinado, que se han puesto en marcha tras la huella de la luz; la inquietud de Herodes es mezquina, la profecía para él no es ocasión de gozo, sino ominoso anuncio de desgracias, abierta denuncia de la ilegitimidad del poder que quiere retener a toda costa entre sus manos: si la estrella, que declaran ver los Magos, anuncia el nacimiento del Rey, denuncia también que éste que se dice rey, no lo es de verdad, o al menos no lo será para siempre; se inquieta Herodes, pero su inquietud no lo conduce más allá de idear una estratagema para salvar su propio poder.
Por eso el siguiente contraste es entre luz y tinieblas: entre la claridad de la estrella que ilumina a los magos, y que sólo los magos ven (que no brilla sobre el cielo de Jerusalén) y la nocturnidad que ensombrece el palacio de Herodes, que ensombrece la mente de los sumos sacerdotes y de los escribas, que debían saber, y se niegan a admitir el cumplimiento de la profecía que han recibido, custodiado y atesorado, pero que en el momento culminante, desoyen, para plegarse obsecuentes y solícitos a las maquinaciones del poder, que en lo secreto trata de extender una red para sofocar la irrupción del Dios que ha decidido hacerse hombre y revelar por completo su designio de salvación.
Pero esta Revelación no corre solo en un único sentido, al llegar los magos a la casa de María (nuevamente otro contraste: la luz de la estrella no ha iluminado el palacio de Herodes, pero sí la casa de los pobres) y encontrarse con la Madre y el niño en sus brazos, son ellos ahora el instrumento de la Revelación; revelan con sus regalos quién es en verdad éste que acaba de nacer, y que los ha hecho recorrer los caminos del mundo hasta encontrarlo: con el Incienso revelan que es Dios; con el Oro, revelan su humanidad revestida de dignidad real: ha nacido para ser Rey, con la Mirra de los embalsamadores, revelan que ha nacido para redimir al mundo con su muerte.
El misterio del plan de salvación, que se realiza como Dios quiere, y no como a nosotros nos gustaría que aconteciera; el misterio que se nos revela y nos desafía, queda desvelado por éstos que han marchado tras una revelación y que ahora descubren que ellos también son quienes vienen a servir a la verdad que se está mostrando por completo.
Un ultimo contrapunto: Hemos visto su estrella y vinimos a adorarlo… la intención de los Magos es recta, la de Herodes, torcida; Herodes seguirá en el palacio intentando justificar el aferrarse ávido al poder que está comenzando a desmoronarse ante sus ojos, argumentará, sin duda, razones de peso, razones de estado para legitimar la violencia; no ha visto al Salvador, porque, en realidad, se ha negado a verlo.
A los Magos, en cambio, le basta esta visita, desaparecerán de la historia sin reclamar privilegios, sin exigir prebendas de parte de Aquel que han reconocido como Rey; han cumplido su misión límpida y sencillamente: han venido, han visto, han hecho el homenaje de su adoración al Dios que se revela como niño pobre en Belén; vuelven a sus tierras saciados de sentido, testigos de la acción portentosa y sorprendente del amor del Señor. Con eso les basta.
Fuente : ( Raúl Moris G. Pbro.)
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