Devocionario, Eucaristía
Visitas al Santísimo. Sacramento, 1. ¿Qué podemos platicarle a Jesús Sacramentado?
Por: San Alfonso Mª de Ligorio | Fuente: Catholic.net
No es menester, hijo mío, saber mucho para agradarme; basta que me ames
con fervor. Háblame sencillamente, como hablarías al más íntimo de tus amigos,
o a tu madre, o a tu hermano.
I. ¿Necesitas hacerme en favor de alguien una súplica cualquiera? Dime
su nombre, bien sea el de tus padres, bien el de tus hermanos y amigos: dime al
punto qué quisieras hiciese actualmente por ellos. Pide mucho, mucho; no
vaciles en pedir; me gustan los corazones generosos, que llegan a olvidarse en
cierto modo de sí mismos para atender a las necesidades ajenas. Háblame con
sencillez, con llaneza, de los pobres a quienes quisieras consolar, de los
enfermos a quienes ves padecer, de los extraviados que anhelas volver al buen
camino, de los amigos ausentes que quisieras ver otra vez a tu lado. Dime por
todos una palabra de amigo, entrañable y fervorosa. Recuérdame que prometí
escuchar toda súplica salida del corazón, ¿y no ha de salir del corazón el
ruego que me dirijas por aquellos que tu corazón ama especialmente?
II.Y para ti ¿no necesitas alguna gracia? Hazme, si quieres, una lista
de tus necesidades y léela en mi presencia.
Dime francamente que sientes soberbia, amor a la sensualidad y al
regalo; que eres tal vez, egoísta, inconsciente, negligente..., y pídeme luego
que venga en ayuda de los esfuerzos, pocos o muchos, que haces para sacudir de
encima de ti tales miserias.
No te avergüences, ¡pobre alma! ¡Hay en el cielo tantos justos, tantos
santos de primer orden, que tuvieron esos mismos defectos! Pero rogaron con
humildad..., y poco a poco se vieron libres de ellos.
Ni menos vaciles en pedirme bienes espirituales y corporales: salud,
memoria, éxito feliz en tus trabajos, negocios o estudios; todo eso puedo
darlo, y lo doy, y deseo que me lo pidas en cuanto no se oponga, antes
favorezca y ayude a tu santificación. Por hoy, ¿qué necesitas? ¿Qué puedo hacer
en tu bien? ¡Si supieras los deseos que tengo de favorecerte! ¿Traes ahora
mismo entre manos algún proyecto? Cuéntamelo todo minuciosamente. ¿Qué te
preocupa? ¿Qué piensas? ¿Qué deseas? ¿Qué quieres haga por tu hermano, hermana,
por tu amigo, por tu superior? ¿Qué desearías hacer por ellos?
¿Y por mí? ¿No sientes deseos de mi gloria? ¿No quisieras poder hacer
algún bien a tus prójimos, a tus amigos, a quienes amas mucho y que viven quizá
olvidados de mí? Dime qué cosa solicita hoy particularmente tu atención, qué
anhelas más vivamente y con qué medios cuentas para conseguirlo. Dime si te
sale mal tu empresa, y Yo te diré las causas del mal éxito. ¿No quisieras que
me interesase algo en tu favor? Hijo mío, soy dueño de los corazones, y
dulcemente los llevo, sin perjuicio de su libertad, adonde me place.
III. ¿Sientes acaso tristeza o mal humor? Cuéntame, cuéntame, alma
desconsolada, tus tristezas con todos sus pormenores. ¿Quién te hirió? ¿Quién
lastimó tu amor propio? ¿Quién te ha despreciado? Acércate a mi Corazón, que
tiene bálsamo eficaz para curar todas esas heridas del tuyo. Cuéntamelo todo, y
acabarás en breve por decirme que, a semejanza de Mí, todo lo perdonas, todo lo
olvidas, y en pago recibirás mi consoladora bendición.
¿Temes por ventura? ¿Sientes en tu alma aquellas vagas melancolías que,
no por ser infundadas, dejan de ser desgarradoras? Échate en brazos de mi
Providencia. Contigo estoy; aquí, a tu lado me tienes; todo lo veo, todo lo
oigo, ni un momento te desamparo.
¿Sientes desvío de parte de personas que antes te quisieron bien, y
ahora, olvidadas, se alejan de ti sin que les hayas dado el menor motivo? Ruega
por ellas, y yo las volveré a tu lado, si no han de ser obstáculo a tu
santificación.
IV. ¿Y no tienes tal vez alguna alegría que comunicarme? ¿Por qué no me
haces partícipe de ella a fuer de buen amigo?
Cuéntame lo que desde ayer, desde la última visita que me hiciste, ha
consolado y hecho como sonreír tu corazón. Quizá has tenido agradables
sorpresas, quizá viste disipados negros recelos, quizá recibiste faustas
noticias, alguna carta o muestra de cariño; has vencido alguna dificultad o
salido de algún lance apurado. Obra mía es todo esto, y Yo te lo he proporcionado:
¿por qué no has de manifestarme por ello tu gratitud y decirme sencillamente,
como hijo a su padre: ¡Gracias, Padre mío, gracias! El agradecimiento trae
consigo nuevos beneficios, porque al bienhechor le agrada verse correspondido.
V. ¿Tampoco tienes alguna promesa que hacerme? Leo, ya lo sabes, en el
fondo de tu corazón. A los hombres se les engaña fácilmente, a Dios no;
háblame, pues, con toda sinceridad. ¿Tienes firme resolución de no exponerte ya
más a la ocasión aquella de pecado? ¿De privarte de aquel objeto que te dañó?
¿De no leer más aquel libro que avivo tu imaginación? ¿De no tratar más a la
persona que turbó la paz de tu alma? ¿Volverás a ser dulce, amable y
condescendiente con aquella otra a quien, por haberte faltado, has mirado como
enemiga?
Ahora bien, hijo mío: vuelve a tus ocupaciones habituales; al taller, a
la familia, al estudio...; pero no olvides los quince minutos de grata
conversación que hemos tenido aquí los dos, en la soledad del santuario. Guarda
en cuanto puedas silencio, modestia, recogimiento, resignación, caridad con el
prójimo. Ama a mi Madre, que lo es también tuya, y vuelve otra vez mañana con
el corazón más amoroso, más entregado a mi servicio. En mi Corazón hallarás
cada día nuevo amor, nuevos beneficios, consuelos nuevos.
Por: San Alfonso Mª de Ligorio | Fuente: Catholic.net
No hay comentarios :
Publicar un comentario