Primera Lectura (Lectio Divina)
Jeremías 17, 5-10
Esto dice el Señor:
"Maldito el hombre que confía en el hombre,
que en él pone su fuerza
y aparta del Señor su corazón.
Será como un cardo en la estepa,
que no disfruta del agua cuando llueve;
vivirá en la aridez del desierto,
en una tierra salobre e inhabitable.
Bendito el hombre que confía en el Señor
y en él pone su esperanza.
Será como un árbol plantado junto al agua,
que hunde en la corriente sus raíces;
cuando llegue el calor, no lo sentirá
y sus hojas se conservarán siempre verdes;
en año de sequía no se marchitará
ni dejará de dar frutos.
El corazón del hombre
es la cosa más traicionera y difícil de curar.
¿Quién lo podrá entender?
Yo, el Señor, sondeo la mente
y penetro el corazón,
para dar a cada uno según sus acciones,
según el fruto de sus obras".
+ Meditatio
Quizás la causa de que muchos hermanos vivan en una constante zozobra, llenos de miedos y angustias, es el querer construir su vida y realizar sus proyectos con sus propias fuerzas. Parecería que, después de tantos años y de tantos intentos fallidos, no nos hemos dado cuenta de lo débiles que somos para realizarlo. Si queremos que nuestra vida sea una vida plena, llena de paz, de alegría, y sobre todo de esperanza, es necesario que le dejemos más espacio a Dios para obrar en ella. Hoy, más que nunca, el hombre tiene que dejar que sea Dios quien construya su vida y quien dé impulso a sus proyectos, pues sólo Dios es poderoso y capaz de hacer lo que para nosotros no es posible. Poner nuestra confianza en Dios implica soltarse, dejar que Dios vaya tomando el control de nuestra vida. "Pon todo tu esfuerzo -decía un santo- como si todo dependiera de ti, pero confía totalmente en Dios como si todo dependiera de él". Esta es la clave para que nuestra vida transcurra en la paz de Dios.
+ Oratio
Tú, Señor, conoces mi corazón y cada uno de mis pensamientos, tú conoces mis acciones. Por eso hoy me dirijo a ti, Dios mío, para que me enseñes a confiar y a abandonarme en ti. Quiero ser como ese árbol plantado junto al agua, que siempre está fresco y frondoso; quiero que cuando venga el calor de la tribulación o la prueba, yo pueda permanecer firme; quiero que, gracias al contacto contigo, mi vida nunca deje de dar frutos.
Confío en ti, Señor, pues sé que sólo tú puedes sostener mi vida, darle plenitud y la frescura de tu Espíritu.
Confío en ti, Señor, pues sé que sólo tú puedes sostener mi vida, darle plenitud y la frescura de tu Espíritu.
+ Operatio
Hoy buscaré la cosa que más me preocupa y que me agobia y se la entregaré al Señor, confiando en que será él quien la resuelva; y si él desea usarme en esa situación, estaré disponible, pero con la firme idea de que es la mano de Dios ocupándose de mi causa.
Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu corazón.
Como María, todo por Jesús y para Jesús.
Pbro. Ernesto María Caro
El Evangelio de hoy
Lucas 16, 19-31
En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: "Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y telas finas y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo, llamado Lázaro, yacía a la entrada de su casa, cubierto de llagas y ansiando llenarse con las sobras que caían de la mesa del rico. Y hasta los perros se acercaban a lamerle las llagas.
Sucedió, pues, que murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abraham. Murió también el rico y lo enterraron. Estaba éste en el lugar de castigo, en medio de tormentos, cuando levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham y a Lázaro junto a él.
Entonces gritó: 'Padre Abraham, ten piedad de mí. Manda a Lázaro que moje en agua la punta de su dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas'. Pero Abraham le contestó: 'Hijo, recuerda que en tu vida recibiste bienes y Lázaro, en cambio, males. Por eso él goza ahora de consuelo, mientras que tú sufres tormentos. Además, entre ustedes y nosotros se abre un abismo inmenso, que nadie puede cruzar, ni hacia allá ni hacia acá'.
El rico insistió: 'Te ruego, entonces, padre Abraham, que mandes a Lázaro a mi casa, pues me quedan allá cinco hermanos, para que les advierta y no acaben también ellos en este lugar de tormentos'. Abraham le dijo: 'Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen'. Pero el rico replicó: 'No, padre Abraham. Si un muerto va a decírselo, entonces sí se arrepentirán'. Abraham repuso: 'Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso, ni aunque resucite un muerto'".
+ Reflexión
La enseñanza de Jesús es clara: las cosas hay que hacerlas en este mundo, después ya no tiene sentido. Dos ideas surgen de este texto: la primera sería el revisar nuestra vida para ver si no estamos dejando nuestras obras de caridad para cuando no tendrán ya ningún valor. Y esto, porque en el mundo materialista y tan veloz en el que vivimos, quizás como éste hombre rico, no nos damos cuenta de cuánta miseria está a nuestro alrededor. Es cierto que no la podemos resolver totalmente, sin embargo, es seguro que al menos algo podemos hacer, mucho más si nos organizamos para ello.
La segunda idea sería el pensar en nuestras propias familias: ¿Están ellas viviendo de acuerdo al Evangelio? El hombre rico se preocupó de ella cuando ya nada podía hacer. Hoy y ahora es el momento de hacer algo. Invitarlos a un retiro, a los ejercicios cuaresmales, regalarles un buen libro (como lectura amena y que lleva a la escritura, está el de Taylor Caldwell: "Médico de Cuerpos y Almas"), etc.
No dejemos que nuestra vida agitada nos haga perder de vista al hermano, sobre todo al necesitado.
La segunda idea sería el pensar en nuestras propias familias: ¿Están ellas viviendo de acuerdo al Evangelio? El hombre rico se preocupó de ella cuando ya nada podía hacer. Hoy y ahora es el momento de hacer algo. Invitarlos a un retiro, a los ejercicios cuaresmales, regalarles un buen libro (como lectura amena y que lleva a la escritura, está el de Taylor Caldwell: "Médico de Cuerpos y Almas"), etc.
No dejemos que nuestra vida agitada nos haga perder de vista al hermano, sobre todo al necesitado.
Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu corazón.
Como María, todo por Jesús y para Jesús.
Pbro. Ernesto María Caro
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