lunes 19 2012

¿ QUE QUIERES QUE HAGA POR TÍ ? SEñOR, QUE VEA OTRA VEZ.

Apocalipsis 1, 1-4; 2, 1-5a


Ésta es la revelación que Dios ha entregado a Jesucristo, para que muestre a sus siervos lo que tiene que suceder pronto. Dio la señal enviando su ángel a su siervo Juan. Éste, narrando lo que ha visto, se hace testigo de la palabra de Dios y del testimonio de Jesucristo. Dichoso el que lee y dichosos los que escuchan las palabras de esta profecía y tienen presente lo que en ella está escrito, porque el momento está cerca.

Juan, a las siete Iglesias de Asia: Gracia y paz a vosotros de parte del que es y era y viene, de parte de los siete espíritus que están ante su trono.

Oí cómo el Señor me decía: "Al ángel de la Iglesia de Éfeso escribe así: "Esto dice el que tiene las siete estrellas en su mano derecha y anda entre los siete candelabros de oro: Conozco tus obras, tu fatiga y tu aguante; sé que no puedes soportar a los malvados, que pusiste a prueba a los que se llamaban apóstoles sin serlo y descubriste que eran unos embusteros. Eres tenaz, has sufrido por mí y no te has rendido a la fatiga; pero tengo en contra tuya que has abandonado el amor primero. Recuerda de dónde has caído, arrepiéntete y vuelve a proceder como antes.""



Salmo 1 

Dichoso el hombre / que no sigue el consejo de los impíos, / ni entra por la senda de los pecadores, / ni se sienta en la reunión de los cínicos; / sino que su gozo es la ley del Señor, / y medita su ley día y noche. R.

Será como un árbol, / plantado al borde de la acequia: / da fruto en su sazón / y no se marchitan sus hojas; / y cuanto emprende tiene buen fin. R.

No así los impíos, no así; / serán paja que arrebata el viento. / Porque el Señor protege el camino de los justos, / pero el camino de los impíos acaba mal. R.



Lucas 18, 35-43





En aquel tiempo, cuando se acercaba Jesús a Jericó, había un ciego sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que pasaba gente, preguntaba qué era aquello, y le explicaron: "Pasa Jesús Nazareno". Entonces gritó: "¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!"

Los que iban delante le regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte: "¡Hijo de David, ten compasión de mí!" Jesús se paró y mandó que se lo trajeran. Cuando estuvo cerca, le preguntó: "¿Qué quieres que haga por ti?" El dijo: "Señor, que vea otra vez". Jesús le contestó: "Recobra la vista, tu fe te ha curado". En seguida recobró la vista y lo siguió glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alababa a Dios.



COMENTARIO


1. Jesús se pronuncia sobre su Iglesia


1.1 El último libro de la Biblia es también el que acompaña la última parte de nuestro año litúrgico. Se trata del "apocalipsis", como solemos llamarlo, o también "revelación". Una palabra sobre el conjunto de la historia humana, pronunciada en el contexto doloroso de la persecución.

1.2 El libro empieza con una serie de mensajes de Jesucristo a las comunidades cristianas de la época. Esto tiene sentido, porque si el conjunto de la historia humana debe comparecer ante Cristo, los que han sido elegidos por Cristo deben, antes que nadie, escuchar su voz majestuosa y verdadera. En efecto, si algún privilegio tiene el cristiano es que su Juez de mañana es hoy su Salvador. La palabra que hoy le corrige mañana no le castiga.

1.3 Las comunidades de la época son llamadas aquí "iglesias". Los mensajes que recoge el Apocalipsis no se dirigen a todas estas iglesias, sino sólo a un conjunto de ellas, localizadas en lo que se llamaba Asia Menor y que hoy corresponde a Turquía. Hoy, por ejemplo, hemos oído el mensaje a la iglesia de Éfeso.

2. ¿Qué sabe Jesús de nosotros?

2.1 El Evangelio según san Mateo termina con una maravillosa promesa: "yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mt 28,20). Esta promesa quedaría como algo sólo supuesto y abstracto si no fuera posible percibir el paso, la voz y la fuerza de Cristo "todos los días". Pues bien, las profecías del Apocalipsis a las iglesias son un modo de manifestar esa presencia. Cuando Tomás dijo que no creería a menos que viera las señales de la crucifixión en los miembros de Cristo no sabía que Cristo lo estaba escuchando (cf. Jn 20,25.27). Jesús sabe de nosotros. Acompaña a los que predican (Mc 16,15-18) y, según vemos en la lectura de hoy, está bien enterado del estado real y actual de los suyos.

2.2 A los efesios dice Cristo por medio del vidente: "conozco tu perseverancia... pero debo reprocharte que dejaste enfriar el primer amor". La Iglesia nos ofrece hoy este mensajes entre los siete porque es dolorosamente típico de la existencia cristiana, tanto en lo personal como en lo comunitario. Perseveramos, pero el amor se desgasta, se enfría, se descalifica. Y Jesús lo sabe, y quiere que sepamos que lo sabe, porque su palabra tiene la virtud de encender de nuevo en nosotros el amor que tuvo su comienzo en su propio corazón.

3. "Jesús, ten compasión de mí"

3.1 El evangelio de hoy nos ayuda a tomar la actitud de corazón que nos ayudará a renovar al amor languidecido. Necesitamos de Cristo para amar a Cristo; necesitamos de Cristo para servir a Cristo; necesitamos de Cristo para alabar a Cristo. Y esa necesidad de la que el mismo Cristo nos hace conscientes tiene que volverse súplica, clamor, insistente oración, como la de aquel ciego: "Jesús, ¡ten compasión de mí!".

3.2 Podemos apelar a la justicia de Cristo cuando nos sentimos buenos y a la sabiduría de Cristo cuando nos sentimos sagaces; pero, ¿a qué apelaremos cuando nos sentimos pobres, desvalidos, endeudados? Sólo a la misericordia de nuestro Salvador.

3.3 Esta es precisamente la mejor actitud para recibir la comunión. ¿Quién presumirá de su inteligencia ante el misterio del altar, que desborda a toda inteligencia? ¿Quién alardeará de pureza o virtud delante de la santidad misma? Lo único nuestro que puede acercarnos al corazón de Dios es la humilde confianza con la que dejamos sus manos libres para amarnos, restaurarnos y bendecirnos.


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Lucas 18



1 Les decía una parábola para inculcarles que era preciso orar siempre sin desfallecer.
2 «Había un juez en una ciudad, que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres.
3 Había en aquella ciudad una viuda que, acudiendo a él, le dijo: "¡Hazme justicia contra mi adversario!"
4 Durante mucho tiempo no quiso, pero después se dijo a sí mismo: "Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres,
5 como esta viuda me causa molestias, le voy a hacer justicia para que no venga continuamente a importunarme."»

6 Dijo, pues, el Señor: «Oíd lo que dice el juez injusto;
7 y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que están clamando a él día y noche, y les hace esperar?
8 Os digo que les hará justicia pronto. Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?»
9 Dijo también a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, esta parábola:
10 «Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano.
11 El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: "¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano.

12 Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias."
13 En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!"
14 Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.»
15 Le presentaban también los niños pequeños para que los tocara, y al verlo los discípulos, les reñían.

16 Mas Jesús llamó a los niños, diciendo: «Dejad que los niños vengan a mí y no se lo impidáis; porque de los que son como éstos es el Reino de Dios.
17 Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él.»
18 Uno de los principales le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?»
19 Le dijo Jesús: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios.
20 Ya sabes los mandamientos: = No cometas adulterio, no mates, no robes, no levantes falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre.» =

21 El dijo: «Todo eso lo he guardado desde mi juventud.»
22 Oyendo esto Jesús, le dijo: «Aún te falta una cosa. Todo cuanto tienes véndelo y repártelo entre los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego, ven y sígueme.»
23 Al oír esto, se puso muy triste, porque era muy rico.
24 Viéndole Jesús, dijo: «¡Qué difícil es que los que tienen riquezas entren en el Reino de Dios!
25 Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el Reino de Dios.»

26 Los que lo oyeron, dijeron: «¿Y quién se podrá salvar?»
27 Respondió: «Lo imposible para los hombres, es posible para Dios.»
28 Dijo entonces Pedro: «Ya lo ves, nosotros hemos dejado nuestras cosas y te hemos seguido.»
29 El les dijo: «Yo os aseguro que nadie que haya dejado casa, mujer, hermanos, padres o hijos por el Reino de Dios,
30 quedará sin recibir mucho más al presente y, en el mundo venidero, vida eterna.»
31 Tomando consigo a los Doce, les dijo: «Mirad que subimos a Jerusalén, y se cumplirá todo lo que los profetas escribieron para el Hijo del hombre;

32 pues será entregado a los gentiles, y será objeto de burlas, insultado y escupido;
33 y después de azotarle le matarán, y al tercer día resucitará.»
34 Ellos nada de esto comprendieron; estas palabras les quedaban ocultas y no entendían lo que decía.
35 Sucedió que, al acercarse él a Jericó, estaba un ciego sentado junto al camino pidiendo limosna;
36 al oír que pasaba gente, preguntó qué era aquello.
37 Le informaron que pasaba Jesús el Nazoreo

38 y empezó a gritar, diciendo: «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!»
39 Los que iban delante le increpaban para que se callara, pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!»
40 Jesús se detuvo, y mandó que se lo trajeran y, cuando se hubo acercado, le preguntó:
41 «¿Qué quieres que te haga?» El dijo: «¡Señor, que vea!»
42 Jesús le dijo: «Ve. Tu fe te ha salvado.»
43 Y al instante recobró la vista, y le seguía glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al verlo, alabó a Dios.



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