El pasaje de Lucas 10:25-37, conocido como la parábola del Buen Samaritano, relata la historia de un hombre que fue asaltado y herido en el camino, y cómo diferentes personas reaccionaron a su necesidad. Un sacerdote y un levita pasaron de largo sin ayudar, pero un samaritano, considerado un grupo marginado, se compadeció del hombre, lo atendió y pagó sus gastos. La parábola enseña que el verdadero prójimo es aquel que muestra misericordia y compasión hacia los demás, sin importar su origen o condición.
El pasaje comienza con un experto en la ley preguntándole a Jesús sobre cómo obtener la vida eterna, y Jesús le responde que debe amar a Dios y a su prójimo como a sí mismo. El experto, buscando justificarse, pregunta quién es su prójimo, lo que lleva a Jesús a contar la parábola.
En la parábola, un hombre es atacado por ladrones y dejado medio muerto. Un sacerdote y un levita, ambos religiosos prominentes, lo ven pero no lo ayudan. Finalmente, un samaritano, que era despreciado por los judíos, se detiene, cuida de él, lo lleva a una posada y paga por su cuidado.
Al concluir la parábola, Jesús pregunta al experto en la ley cuál de los tres, el sacerdote, el levita o el samaritano, fue el prójimo del hombre herido. El experto responde que fue el samaritano, reconociendo que fue él quien mostró compasión. Jesús entonces le dice al experto que vaya y haga lo mismo.
La parábola subraya la importancia de la misericordia y la compasión, y que nuestro prójimo es cualquier persona que necesite ayuda, sin importar su origen o condición. La parábola también critica la hipocresía de quienes se preocupan por la observancia de la ley pero carecen de compasión.
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